Instalada sobre la antigua ciudadela celtíbera y romana, que forma un círculo irregular en uno de los dos cerros sobre los que se asentó Calagurris, la Calahorra histórica, la judería calagurritana se define por sus inquietantes calles curvas, muchas de ellas sin salida, por sus casas bajas con patio posterior y por sus salidas repentinas a amplios miradores sobre los valles del Ebro y del Cidacos, rompiendo por sorpresa la clausura de un recinto casi críptico. En este barrio humilde, verdadera ciudad dentro de la ciudad, vivieron los judíos de Calahorra, durante al menos cinco siglos, aunque parece probado que tuvieron asentamiento aquí desde mucho antes.

La condición estratégica de Calahorra, primero frente a Al-Ándalus y luego frente al reino de Navarra, su situación en el Camino Jacobeo del Ebro, la riqueza de su agricultura y la propia dinámica comercial de la ciudad propiciaron que la aljama calagurritana lograra convertirse, en el siglo XV, en la primera de La Rioja, superando incluso a los judíos de Haro, que tuvieron la preponderancia regional durante la mayor parte de la Edad Media. En este siglo, la judería de Calahorra contaba con una seiscientas almas, después de un largo proceso de crecimiento en los tres siglos anteriores. Los primeros documentos que acreditan la presencia hebraica en la ciudad se remontan al siglo XI, y dan fe de una actividad de compraventa protagonizada por judíos, algo que fue constante durante todo el Medioevo, como se refleja en el importante corpus documental relacionado con Calahorra que se conserva en diferentes archivos.

La Calahorra medieval era una ciudad de frontera, una ciudad relativamente populosa y dotada de una importante judería. El Ebro hacía de frontera entre los reinos de Navarra y Castilla, pero también era una vía privilegiada en el tráfico de hombres, ideas y mercancías que presentaba entre los siglos XIII y XV una notable densidad de habitantes judíos.

La presencia judía en las tierras del Ebro medio se remonta, al menos, a los siglos II-III después de Cristo. En el Edicto de Caracalla, de 212, se considera a los judíos de Calagurris como ciudadanos sujetos a la Ley Romana. Bajo los dominios visigodos y musulmán, la ciudad vivió sin sobresaltos hasta el siglo X. Sancho Garcés I de Pamplona ocupó Calahorra hasta el 914, en 918, con ayuda de Ordoño II recuperó la ciudad, que los musulmanes retomaron en 968. En el año 1045 Calahorra pasó definitivamente al dominio cristiano a manos del rey García III de Navarra..

Cuando en 1076 Calahorra y el conjunto de las tierras riojanas fueron ocupadas por el rey castellano Alfonso VI, sus pobladores recibieron la confirmación de sus antiguos fueros, usos y costumbres. Con la conquista castellana, Calahorra había pasado a ser también una plaza fuerte en la frontera con Navarra. Esta nueva condición movió a los reyes castellanos a fomentar el asentamiento de nuevos habitantes en la ciudad mediante la concesión de nuevos privilegios.

De la segunda mitad del siglo XI son las primeras noticias sobre judíos vecinos de Calahorra, rastreadas en contratos de compraventa o permutas de propiedades agrarias, en los que figuran como contratantes o como testigos.

Como sucede en el reino de Castilla en general, entre mediados del siglo XI y mediados del siglo XIV, la comunidad judía de Calahorra conoció una época de crecimiento y esplendor, al calor del favor y la protección que recibieron de los reyes, conscientes del importante papel que los hebreos podían desarrollar en las tareas de repoblación y de organización social del territorio. Este largo período de prosperidad para las aljamas riojanas tiene su mejor expresión en la concesión de fueros específicos para los judíos. Simultáneamente, el papel de los judíos en la vida social de Calahorra fue haciéndose cada vez más importante, de forma que, en la segunda mitad del siglo XII, algunos judíos de Calahorra figuran desempeñando el oficio público de merino, que tenía como función principal la administración económica y la percepción de las rentas del concejo. Del mismo modo, en los siglos XII y XIII son bastantes los judíos de Calahorra que aparecen citados en la documentación como propietarios de tierras de labor, huertas y viñedos, lo que demuestra su buena posición socio-económica. Entre los documentos de compraventa de propiedades rústicas en los que intervienen judíos riojanos deben ser destacados por su carácter excepcional los seis documentos escritos en hebreo que se conservan en el Archivo Catedralicio de Calahorra, correspondientes a fechas comprendidas entre 1259 y 1340, que es, sin duda, el período de mayor esplendor de la aljama calagurritana.

Al tiempo que prosperidad material, los judíos que residían en Calahorra también disfrutaban de una aceptable integración en el conjunto de la población, al menos durante los primeros decenios del siglo XIV. En 1320, los judíos participaron, conjuntamente con los hidalgos, los clérigos y el cabildo catedralicio y los hombres del común, en la construcción de unos molinos en el término de San Adrián, aprovechando las aguas del río Ebro. Los judíos contribuyeron con 750 maravedíes, un 7,5% del total de la cuantía recaudada, que ascendió a 10.000 maravedíes. Asimismo, se conserva en el Archivo Catedralicio de Calahorra un interesante libro juratorio, fechado en 1324, en el que se contiene la fórmula de juramento que habrían de pronunciar los judíos en los actos jurídicos en los que intervinieran, lo que es una prueba más de la creciente pujanza económica de la comunidad hebrea en Calahorra.

Durante el siglo XIII, la aljama de Calahorra era la más importante y la más voluminosa de las comunidades hebreas riojanas, superando en importancia incluso a la aljama de Haro, que a finales de siglo era la principal. A finales de siglo, la población total judía de la ciudad era de 450 a 500 vecinos, un 15% de la población, lo que se trata de un porcentaje muy elevado y muestra la relevancia de la comunidad hebrea. Pese a todo, parece muy probable que el número de judíos vecinos de Calahorra fuera aún más elevado a mediados del siglo XIV, coincidiendo con el momento de mayor esplendor de la aljama calagurritana. Así se puede deducir de las cantidades que los judíos de Calahorra satisfacían al cabildo catedralicio en virtud de la renta conocida como los Treinta Dineros, mediante la que se redimían el uso de las señales identificativas externas que debían llevar sobre sus vestimentas (la roela de color bermejo que debían llevar sobre el vestido, en el hombro derecho): cada judío varón casado o soltero mayor de veinte años estaba obligado a satisfacer por este concepto treinta dineros anuales al cabildo catedralicio. Gracias a la contabilidad de este impuesto, sabemos que en 1329, los judíos calagurritanos contribuyentes de este impuesto estaba entre noventa y tres y el centenar.

Este clima de prosperidad de las aljamas judías riojanas y la relativa cordialidad en las relaciones cristiano-judías se vio truncado con ocasión de la guerra fraticida que enfrentó por el trono castellano al rey Pedro I y a su hermanastro Enrique de Trastámara. Algunas juderías de La Rioja fueron asaltadas entre 1360 y 1369 y, concluida la guerra, la población hebrea de Castilla sufrió las medidas antijudías decretadas en los primeros años del reinado de Enrique II, así como las consecuencias de la peste y las malas cosechas. En estas circunstancias difíciles, algunos grupos de judíos castellanos, en buena parte procedentes de Calahorra emigraron en torno al año 1370 al reino de Navarra, donde fueron acogidos de forma favorable por la reina Juana, mujer de Carlos II el Malo, quien los tomó bajo su protección y les concedió diversos privilegios de índole fiscal.

La situación se agravó considerablemente con ocasión de las persecuciones que en el año 1391 sufrieron numerosas comunidades judías hispanas, si bien todo permite suponer que éstas no debieron tener una especial incidencia en Calahorra. Así tan sólo existe referencia documental al asalto sufrido con la judería de Logroño, del que se da noticia en la Crónica del rey Enrique III, en la Sebet Yehudah, crónica hispanohebrea del siglo XVI, y en algunas kinot hebreas anónimas.

La recuperación de las comunidades judías castellanas de su lento declinar iniciado en la segunda mitad del siglo XIV tuvo lugar a partir del reinado efectivo de Juan II, en buena medida merced a la decidida acción del condestable don Álvaro de Luna, valido del rey y firme protector de los judíos. La recuperación, sin embargo, fue muy lenta, de forma que todavía en el año 1439 Calahorra obtuvo como privilegio real, un descuento del 24% en los pasó de pagar 5.202 maravedíes de moneda vieja a unos 4.000, cantidades que habían de pagar a la hacienda regia en concepto de cabeza de pecho porque, como se dice textualmente en la Escribanía mayor de rentas, eran pocos e pobres.

La segunda mitad del siglo XV estuvo marcada por el desarrollo de políticas de progresiva intolerancia por parte del concejo hacia la aljama, lo que contribuyó a la gestación de un clima de creciente tensión en las relaciones entre cristianos y judíos. Esta evolución de los acontecimientos se encuentra en estrecha relación con la cada vez mayor presión de las Cortes contra los judíos, que ya desde mediados del siglo XIII constituían una de las punta de lanza del antijudaísmo en la corona de Castilla. El debate de las Cortes acerca de los judíos se centraba, principalmente, en torno a la regulación de los contratos de préstamo, y a la conveniencia de proceder a la segregación social de los judíos, por lo que se solicitaba insistentemente del monarca que se les obligara a llevar sobre sus vestidos las señales distintivas y a recluirse en sectores urbanos aislados, y que se les prohibiera el ejercicio de determinadas actividades profesionales y la adquisición de bienes raíces. Estas disposiciones tienen su punto culminante en el Ordenamiento de Valladolid de 1405 y, principalmente, en las Leyes de Ayllón de 1412, cuyo objetivo consistía en dificultar al máximo la vida de los judíos para propiciar su más rápida conversión al cristianismo o, en su defecto, su salida del reino.

Bajo el reinado de Enrique III, el Ordenamiento de Valladolid, en la que los judíos fueron casi el único motivo de la reunión, presenta un endurecimiento de la política real en relación a los judíos, tal vez motivado por la enfermedad del rey y por la mala coyuntura económica. De todas formas su contenido no suponía ninguna novedad, ya que lo que hizo fue recoger las leyes ya aprobadas en el Ordenamiento de Valladolid de 1348, y las asumidas por Enrique II y Juan I. Se imponía a los judíos el uso de señales, de panno bermejo, la prohibición de la usura y, como contrapartida, el permiso para dedicarse a las tareas de agricultura, pero, sobre todo la revocación de todos los privilegios judiciales que todavía seguían disfrutando. Y renovando la orden de llevar como señal distintiva y característica una especie de rodela rojiza cuando se transitase por pueblos o ciudades.

Un paso más en el acoso de la población hebrea fue la ley de apartamiento de judíos y mudéjares de Castilla en barrios aislados, que fue promulgada en las Cortes celebradas en Toledo en el año 1480. Se acordaba ahora un plazo máximo de dos años para que todos los judíos y mudéjares se recluyeran en una zona urbana separada de la población cristiana, con el fin de evitar el proselitismo religioso de judíos y mudéjares entre los cristianos, de manera muy particular entre los convertidos recientemente al cristianismo. Ya en 1412 las Leyes de Ayllón habían dispuesto el apartamiento de los judíos en barrios aislados, pese a que esta disposición no fue nunca cumplida con rigor. En 1455 hubo un intento de aislamiento de los judíos de la judería de Haro, promovido por las autoridades municipales y que contó con el respaldo del Conde de Haro, y algo similar sucedió con el colectivo mudéjar de esta localidad en 1464. Sin embargo, estas disposiciones sólo fueron realmente efectivas a partir de su aprobación por las Cortes de Toledo de 1480. El cumplimiento de la ley de apartamiento dio lugar a un sinfín de conflictos, lo que pone en evidencia la imposibilidad de acuerdo entre dos comunidades ya abiertamente enfrentadas.

En los pleitos planteados entre el concejo y la aljama, la Justicia del rey siempre defendió el respeto por la legislación emanada de las Cortes, de forma que en diciembre de 1491, los Reyes Católicos ordenaban a Don Juan de Ribera, capitán general de la frontera de Navarra y corregidor de las ciudades de Calahorra y Logroño y de la villa de Alfaro que obligaran a los judíos a llevar sobre sus vestidos las señales distintivas. Esta carta se otorgaba a solicitud de unos vecinos de Calahorra que se habían quejado de que algunos judíos y judías incumplían estas leyes alegando que estaban exentos de ellas por su condición de recaudadores de alcabalas, diezmos, servicios y montazgos.

El decreto de Expulsión de 1492 provocó grandes perjuicios a los judíos de Calahorra, como a los del resto de las juderías de Castilla y Aragón. Diego Martínez, judío converso que en septiembre de 1495 volvió a Calahorra tras la expulsión después de haberse convertido al cristianismo, reclamaba unas viñas y un huerto que había vendido al salir de Castilla, venta en la qual venta diz que fue agraviado en tres partes menos de la mitad del justo presçio. Las circunstancias, no obstante, fueron diferentes según el caso. Así por ejemplo, Simuel Matron, judío vecino de Calahorra, obtenía el 2 de junio de 1492 licencia del deán y del cabildo de la Iglesia Catedral de Calahorra para la venta de unas propiedades rústicas (una huerta, un olivar y una tabla de viña) que tenía situadas en la Torrecilla, en el término municipal de Calahorra, con la única condición de que no las dividiera al venderlas y que les satisficiera los derechos estipulados de venta, consistentes en un maravedí por cada cincuenta que obtuviera. Sin embargo, el mismo día los bienes de Abraham y de Çag Cohen, vecinos también de Calahorra, son embargados por el cabildo hasta que pagaran todas las cantidades que adeudaban con ocasión del arrendamiento de las tercias de Arnedo, Quel, Autol, Miro y otras diversas localidades riojanas.

El decreto de Expulsión no logró la fusión homogénea de cristianos y judíos convertidos. Los Reyes Católicos impulsaron una intensa campaña de evangelización entre los judíos con el fin de procurar su conversión al cristianismo del mayor número posible, y esta campaña se intensificó algún tiempo después entre los conversos para procurar su más completa instrucción cristiana, pero no cabe duda de que en los primeros decenios del siglo XVI muchos de los recién convertidos tenían un desconocimiento prácticamente absoluto de la religión cristiana. Y no se lograría tampoco la pretendida fusión social por el escepticismo, la suspicacia y la reticencia con que los cristianos viejos acogieron a los judeoconversos. El problema judío se convirtió en el problema converso.

Antigua sinagoga

El rasillo de San Francisco, con la iglesia de San Francisco. En primer Termino, el lugar donde estuvo ubicado el claustro, hoy desaparecido

Tras la salida de los judíos de Calahorra, los Reyes Católicos, en carta otorgada en la localidad de Ágreda el 7 de agosto de 1492, hicieron donación a la iglesia Catedral de Calahorra del edificio que hasta entonces había sido sinagoga de los judíos, a fin de que lo reacondicionaran como iglesia cristiana. El cabildo transformó este edificio, situado en las proximidades de la iglesia de San Salvador y del castillo, en una ermita dedicada a San Sebastián.

Unos decenios más tarde, en 1579, el cabildo catedralicio cedió la iglesia de San Salvador a los frailes franciscanos, quienes la reformaron y la ampliaron con un claustro. Desde ese momento cambió su advocación de San Salvador por la de San Francisco, que se mantiene en la actualidad. Con el fin de construir el claustro, el cabildo cedió también a los franciscanos la ermita de San Sebastián, es decir, el edificio de la antigua sinagoga, que fue derribada.

Todo permite suponer que la sinagoga ocuparía el espacio en el que en 1927 fue levantado el grupo escolar Aurelio Prudencio (hoy Centro de Educación de Adultos "San Francisco"), en la plaza del Rasillo de San Francisco, sobre el claustro de la iglesia de San Francisco, en ruinas probablemente desde la desamortización de Mendizábal, en 1835. Asimismo, ocupó este grupo escolar una calleja conocida significativamente como Callejón de la Sinagoga, del que aún da noticias en 1925 el padre Lucas de San Juan de la Cruz en su estudio sobre la ciudad de Calahorra, señalándolo como núcleo de la antigua judería.

La sinagoga

La sinagoga (lugar de reunión, en griego) es el templo judío. Está orientada hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, y en ella tienen lugar las ceremonias religiosas, la oración comunal, el estudio y el encuentro.

En las ceremonias se lee la Torá. El oficio está dirigido por los rabinos ayudados por el cohen o niño cantor. La sinagoga no es sólo casa de oración, sino también centro de instrucción, ya que en ellas suelen funcionar las escuelas talmúdicas.

Los hombres y las mujeres de época medieval, y también hoy en día, se sientan en zonas separadas.

En el interior de la sinagoga se encuentra:

  1. El Hejal, armario situado en el muro este, orientado hacia Jerusalén, en su interior se guarda el SeferTorá, los rollos de la Torá, la ley sagrada judía.
  2. El Ner Tamid, la llama perpetua siempre encendida ante el Hejal.
  3. La menorá, candelabro de siete brazos, signo habitual en el culto.
  4. La Bimá, lugar desde donde se lee la Torá.

Antiguo miqvé

El rasillo de San Francisco, donde se hallaba la sinagoga y, posiblemente, el miqvé

En Calahorra está documentado el micvé o baño ritual judío, como se deduce de un apunte de las actas del cabildo catedralicio de esta ciudad en el que el cabildo concedía licencia al judío Simuel Matron para proceder a la venta de la guerta del vañadero de las judías. Es probable que se tratara de una huerta cuyas rentas estuvieran destinadas a sufragar los gastos ocasionados por el mantenimiento del micvé.

El miqvé, el baño de purificación judío

El micvé, el baño de purificación judío, es un edificio esencial en cualquier comunidad judía. Su funcionalidad es la purificación espiritual a través de la inmersión total del cuerpo en el agua y por eso acompaña a los actos más importantes de la vida de un judío. La mujer judía se purifica después de la menstruación, cuando ha de tener un hijo y cuando ya lo ha tenido y, tanto el novio como la novia, justo antes de la boda. Los conversos al judaísmo deben sumergirse en el baño y también las personas que hayan estado en contacto con impurezas o enfermedades contagiosas.

La persona ha de estar preparada para el acto de purificación. Previamente se ha de haber lavado y peinado para que el agua la impregne totalmente. La inmersión se realiza tres veces para asegurar este hecho. Los hombres suelen purificarse el viernes antes de la puesta del sol, ante la entrada al Shabat o día dedicado a Dios.

Balcón de la calle Cabezo

Vista desde el balcón de la calle Cabezo

Siguiendo el trazado de la calle de las Murallas, intramuros de la ciudadela, el itinerario nos lleva por la calle de San Sebastián al laberinto de la calle del Cabezo, que desemboca en un gran balcón, con sus barandillas y sus farolas, abierto a los pies del viajero sobre las apretadas casas de la morería, que se extienden hasta la calle del Arrabal y, al fondo, sobre el convento de carmelitas descalzas de San José, fundado en vida de Santa Teresa, que marca prácticamente el límite de la ciudad con el valle del Ebro. Una parte de la calle Cabezo continúa su recorrido siguiendo el adarve de la vieja muralla hasta encontrarse, en el cruce con la cuesta del Horno, con la calle de Morcillón.

Calle Morcillón

La judería de Calahorra estaba delimitada por las calles Morcillón, Sastres, Cuestas de La Catedral y Murallas

La ruta vuelve hacia la calle Morcillón, otro buen ejemplo de vial sin salida, en este caso bifurcado en dos pequeños callejones que no conducen a ninguna parte. Aun así merece la pena recorrerla hasta el final para descubrir, entre sus casas, detalles arquitectónicos que hablan de la superposición de reformas en el barrio que ha mantenido su condición humilde a través de los siglos o, si se tiene alguna fortuna, el interior de alguna de las muchas casas del entorno que guardan, detrás del zaguán de entrada, un patio interior donde poder desarrollar la vida familiar lejos de la mirada de los curiosos...

Calle San Sebastián

Plaza recoleta en la Calle de San Sebastián

Al lado del rasillo de San Francisco, en la confluencia de las calles Deán Palacios y San Sebastián, se levanta el Centro Cultural Deán Palacios, sede de varias áreas municipales, en una manzana que comparte con el centro de educación de adultos y la escuela municipal de música, danza y cerámica. La calle de San Sebastián, que rodea por completo la manzana, es una de las más bellas y singulares de la judería; quizás merezca la pena adentrarse unos metros por su tramo derecho para asomarse al solar de la judería, a la izquierda del acceso al centro Deán Palacios; aquí la calle toma una profunda curva, propia de la ciudadela calagurritana, que va descubriendo poco a poco una línea de casas pequeñas, de gran sabor popular.

Los tapiales y portones de lagunas de estas casas permiten recordar que una de las actividades de los judíos de Calahorra fue la agricultura, junto al comercio y las artesanías, aunque algunos miembros de la aljama, como el ilustre físico (médico) Yom Tob o los miembros de la familia Zahac de Faro, fueron personajes de relevancia en la ciudad y más allá de ella. Tales actividades permitieron al colectivo judío tener un fuerte poder adquisitivo, como lo demuestran sus pujas constantes por las rentas eclesiásticas o la incesante actividad de compraventa de casas y terrenos. El florecimiento económico de los judíos de Calahorra explica que varios historiadores sitúen en Qal´at al Hajar, la Calahorra musulmana, la muerte del viajero y erudito tudelano Abraham ibn Ezrá alrededor del año 1167, después de haber recorrido media Europa. La segunda calle que surge a la izquierda desde la de San Sebastián lo hace desde la pequeña placeta que se forma en el cambio de dirección de su recorrido y se proyecta decididamente hacia el espacio abierto de un mirador, en lo alto de la antigua muralla. Desde aquí se aprecian unas buenas vistas del santuario de la Virgen del Carmen, patrona de la Ribera, al otro lado del río.

Abraham ibn Ezrá

Abraham Ibn Ezrá (c. 1089-1167), vive durante su juventud en al-Andalus (en Córdoba, Sevilla y Lucena) donde se forma en la cultura judía en árabe.

Hacia 1140 decide abandonar Sefarad para viajar por el Norte de África, probablemente en compañía de Yehudá ha-Leví, y Europa. Se convierte así en un sabio errante, bien acogido por un saber que va transmitiendo a las comunidades que visita: las de Beziers y Narbona en Francia, Roma, Inglaterra, etc.

No sabemos si regresó a Sefarad o muere en algún país europeo. Pero su figura polifacética deja una profunda huella en toda la vida intelectual de los judíos de Europa. Sus comentarios bíblicos se cuentan entre los más apreciados en el mundo judío; sus gramáticas son una síntesis vulgarizadora del saber filológico del siglo XI andalusí al que hasta entonces no se había podido acceder por desconocimiento del árabe e introdujo en Occidente losconceptos matemáticos de las fracciones y los decimales.

Murió hacia 1167, según algunos historiadores en Calahorra. Tal fue su fama, que uno de los cráteres de la luna, de 42 kilómetros de diámetro, lleva actualmente su nombre: Abenezrá.

Calle de las Murallas

Desde 1255 se celebraba semanalmente en Calahorra un mercado. Alfonso X concedió licencia a los calagurritanos para que cada miércoles se instalara un mercado en el que pudieran comprar y vender tanto cristianos, como musulmanes y judíos. Existen datos de judíos que tenían tiendas de carácter permanente

En el mirador, a la derecha, surge la calle de las Murallas, cuyo recorrido discurre siguiendo el trazado del antiguo cerco romano, sustituido parcialmente por una línea de casas a la derecha. Parte del viejo muro, sin embargo, aparece al final del primer tramo de esta calle, que culmina en un nuevo mirador, abierto al desaparecer un edificio en la ladera del cerro, que en este caso se asoma a la catedral y al puente sobre el río Cidacos, con la silueta del Moncayo al fondo. El mirador se sitúa, como punto de interés arqueológico, sobre lo que queda del torreón de El Sequeral, que cerraba por el sureste la muralla romana altoimperial (siglo I d. C.).

Calle de los Sastres

La calle de los Sastres

La calle de los Sastres, que apoya su espalda en el Castellar, recuerda una de las actividades tradicionalmente relacionadas con los judíos en todo Sefarad.

Una vez más las curvas, más propias de los poblados fuertes de los celtíberos que de la cuadratura de los romanos, proporcionan uno de los mayores encantos de esta calle, donde las casas poseen una mayor altura y que terminan en la cuesta de la catedral.

Calle del Horno

La calle del Horno, que baja desde la calle de las Murallas Mediavila. En primer término, el torreón romano de El Sequeral

En Calahorra está documentada la existencia de un horno de pan para la judería, que fue comprado por Pedro Sánchez Roldán tras la salida de los judíos de la ciudad. La ubicación el horno, de todos modos, es desconocida.

El horno

Durante la Edad Media, los hornos de las ciudades tenían un carácter público y sólo se podían construir o utilizar bajo licencia real. Era corriente que en cada judería hubiera al menos un horno en el que se cocía el pan de consumo cotidiano.

Desde un punto de vista arquitectónico, el horno judío debía ser similar a los que se levantaban en otros lugares de la ciudad: La elaboración de pan no estaba sometida a ningún tipo de ritual específico y, por lo tanto, el horno no tenía por qué presentar ningún elemento diferente en su construcción. Ello también implica que un judío podía comprar pan a un cristiano o utilizar un horno cristiano para cocer pan sin transgredir ninguna regla.

Durante el Pésaj se cocía pan ácimo (matzá), sin levadura, en cuya masa se ponía un sello. Al ser un tipo de pan especial, en las juderías que no tenían horno se podían construir unos provisionales para cocerlo.

Catedral

Portada principal de la catedral de Calahorra

Al contrario de lo que es habitual en muchas ciudades españolas de raigambre, en Calahorra la madinat al-Yahud, o ciudad de los judíos, se encuentra en la misma acrópolis de la ciudad, junto al castillo y a la iglesia del Salvador, mientras que la catedral ocupa el territorio más bajo de la misma, junto a las orillas del río, subvirtiendo el orden clásico de la distribución geográfica del poder.

La razón no es otra que el indeleble vínculo que mantiene la seo calagurritana con el lugar donde se produjo el martirio de los santos Emeterio y Celedonio en el siglo IV, un episodio de gran repercusión religiosa que llegó incluso a definir el patronazgo de una ciudad tan lejana de esta como Santander donde, según la leyenda cristiana, llegaron las cabezas de los mártires que los soldados romanos arrojaron al río, furiosos porque éstas seguían hablando milagrosamente entre sí, a pesar de haber sido separadas de sus cuerpos... La magnífica catedral de Santa María, pues, se asienta en las orillas del río Cidacos, entre en Palacio Episcopal y el Paseo de las Bolas, mientras que la iglesia de Santiago, en lo alto de la ciudad, ejerce el tradicional papel preponderante de las grandes iglesias cristianas.

La catedral actual comienza a levantarse en el siglo XV, iniciándose a partir de ese momento un largo proceso que no terminará hasta el año 1904, en el que se colocó el retablo del altar mayor que sustituía al anterior, desaparecido a causa de un incendio. Tras su fachada con elementos barrocos neoclásicos, la puerta principal se abre sobre unas escaleras que descienden al nivel inferior en el que debieron de estar las anteriores iglesias sobre las que se levantó la seo. En ella, además del gran espacio consagrado a los mártires, destacan el retablo de los Reyes, del trascoro; la magnífica pila bautismal gótica, colocada en el lugar exacto donde, según la tradición, se produjo el martirio de Emeterio y Celedonio; la capilla de la Virgen del Pilar, con sus dos retablos y con la sepultura del célebre obispo don Pedro de Lepe, el que dio origen a la frase de sabes más que Lepe; el retablo plateresco de San Pedro, en alabastro; el pequeño Salón de los Espejos de la Sacristía, o los numerosos tesoros que se exhiben en el Museo Diocesano.

La relación del Cabildo y la Aljama

De la pujanza del colectivo judío y de sus relaciones con la Iglesia da testimonio del largo pleito mantenido entre la aljama y el Cabildo catedralicio a causa de las numerosas posesiones de los judíos calagurritanos que, por su propia condición como propiedad de la Corona, estaban exentos de pagar los diezmos que sí pechaban los cristianos.

A pesar del decreto de Alfonso VIII que les obligaba a pagar el diezmo, la negativa de los judíos provocó la promulgación de una bula del papa Inocencio IV en la que reclamaba la parte proporcional del Cabildo.

Cementerio judío

En la zona al sur de Calahorra, pasado el Cidacos, debía estar ubicado el cementerio judío

Tras la expulsión en 1492, los Reyes Católicos cedieron a varios vecinos de Calahorra las lápidas y la piedra del cementerio hebreo de esta localidad. Muy poco tiempo después, y ante las quejas de las autoridades del concejo, el Consejo Real aclaró que la concesión que se había hecho a algunos vecinos de Calahorra se refería únicamente a la piedra del cementerio, pero en ningún caso al solar, que había quedado para aprovechamiento municipal. Asimismo se prohibía de forma terminante a los beneficiarios de la piedra que edificaran sobre el solar o que levantaran una cerca alrededor del mismo.

Pese a no se conserva ninguna noticia documental ni tradición acerca de la localización del cementerio judío de Calahorra, a título de hipótesis, se podría localizar en el lado sur de la ciudad, al otro lado del río Cidacos, ya que era habitual que los cementerios judíos hispanos estuvieran separados del recinto urbano por un curso de agua.

El cementerio

El cementerio se ubicaba extramuros, a cierta distancia del barrio judío. El terreno elegido:

  • Tenía que ser tierra virgen
  • Estar en pendiente
  • Estar orientado hacia Jerusalén

La judería debía tener un acceso directo al cementerio para evitar que los entierros tuviesen que discurrir por el interior de la ciudad.

Los reyes autorizaron después de 1492 (en Barcelona en 1391), que las piedras de los cementerios judíos pudieran ser reaprovechadas como material de construcción. Así, no es extraño encontrar fragmentos de inscripciones hebreas en varias construcciones posteriores.

A pesar del expolio que sufrieron desde finales del siglo XIV, la memoria de estos cementerios ha perdurado como nombre en determinados lugares, por ejemplo, Montjuïc en Barcelona o Girona. Sabemos de la existencia de más de veinte cementerios judíos medievales. Otros sólo se conocen o bien por la documentación o bien por las lápidas conservadas. El de Barcelona, en Montjuïc, fue excavado en el año 1945 y 2000, el de Sevilla en 2004, el de Toledo en 2009 y el de Ávila en 2012.

Escaleras de la cuesta de San Francisco

Las escaleras de la cuesta de San Francisco

Dejando atrás la catedral y el Palacio Episcopal, la empinada cuesta de la catedral conduce hasta las escaleras de la cuesta de San Francisco, donde se inicia la visita a la juderíatraspasando virtualmente la muralla que cobijaba a la ciudadela romana y celtibérica. Una concha jacobea recuerda en este punto la vinculación de Calahorra con el Camino de Santiago, que se refuerza aún más con la instalación, poco más adelante, del albergue de peregrinos de la ciudad. Con su propia cerca dentro de la ciudad amurallada, la judería debió de tener una sola puerta de acceso (seguramente la de la confluencia de las calles Cabezo y de los Sastres), frente a las cuatro principales de la ciudad romana.

La judería de Calahorra

Casas en la judería

Los judíos de Calahorra ocupaban el sector más elevado de la localidad, el que se encontraba en las proximidades del castillo y de la iglesia del Salvador, hoy en día dedicada a San Francisco.

En el siglo XIV los judíos calagurritanos consolidaron su ubicación en este sector urbano, de forma que en el año 1336 adquirieron del cabildo catedralicio, mediante permuta, el espacio conocido como El Castellar o la Villanueva, la Torre de la Cantonera y la mitad de la Torre Mayor, todo ello situado en las proximidades del actual Rasillo de San Francisco, extendiéndose hacia el Portillo de las Eras de Abajo, al sur de la localidad.

La judería estaba totalmente rodeada por una muralla, en la que se abría al menos una puerta, como se afirma en diversos documentos del siglo XV, en los que se hace referencia a la llamada Puerta de la Judería que ponía en comunicación el barrio judío con las restantes colaciones de la ciudad. De este modo, en el documento de permuta de 1336, se autorizaba a los judíos a:

Alçar el adarve dentro de la iuderia quanto quisieren, porque sea más firme e fuerte la iuderia.

La judería de Calahorra constituía, así pues, una auténtica ciudadela dentro de la propia ciudad. Ocupaba el emplazamiento de la antigua acrópolis de la Calagurris romana, y se hallaba próxima al castillo medieval. Sin embargo, en la Baja Edad Media este espacio urbano había perdido ya su antiguo valor estratégico para la defensa de la ciudad, así como narra Pero López de Ayala en la Crónica de Pedro I: en el año 1366 Enrique de Trastámara se hizo fácilmente con Calahorra porque esta ciudad:

Non era fuerte, e los que en ella estaban no se atrevieron a la defender.

Planillo de San Andrés

El arco del planillo de San Andrés, de origen romano

Un estrecho pasadizo comunica la calle Morcillón con el amplio espacio abierto del Planillo de San Andrés, muy cerca de la calle cuesta del Horno, que recuerda que la aljama de Calahorra, además de sinagoga o carnicería, tuvo su horno, imprescindible para elaborar el tradicional pan ácimo de las fiestas religiosas. En esta plaza, además del arco romano del Planillo, se levanta la original iglesia de San Andrés, producto de la instalación de un templo gótico del siglo XVI sobre una anterior iglesia del siglo VI destruida por los árabes, y con una importante aportación arquitectónica en el siglo XVIII. Entre sus curiosidades, un tímpano decorado con una cruz de brazos desiguales que se interpreta como el triunfo de la fe cristiana sobre el paganismo y el judaísmo, ilustrado éste por una sinagoga.

A la izquierda de la plaza, un pequeño dédalo de cuatro callejones sin salida evoca perfectamente la disposición medieval del barrio judío, con un trazado urbano de casas con entradas y salidas por diferentes lugares.

Portal de la Judería

Vista actual de la ubicación del Portal de la Judería

Con toda probabilidad ésta es la zona llamada del Castellar, que en el año 1336 la aljama obtiene del Cabildo, mediante una permuta, así como la torre de la Cantonera y parte de la torre Mayor, con la autorización para alçar el adarve dentro de la iuderia quanto quisieren, porque sea más firme e fuerte la iuderia.

La judería estaba totalmente rodeada por una muralla, en la que se abría al menos una puerta, como se afirma en diversos documentos del siglo XV, en los que se hace referencia a la llamada Puerta de la Judería que ponía en comunicación el barrio judío con las restantes colaciones de la ciudad.

Las curvas, impuestas por la topografía, son de nuevo las protagonistas de este trazado, que se detiene en la confluencia de Cabezo con las calles de Deán Palacios y de los Sastres. En este punto estuvo la entrada principal o portal de la Judería, que tenía en la calle Deán Palacios su principal eje de acceso.

Rasillo de San Francisco

Portada principal de la iglesia de San Francisco

El rasillo de San Francisco, una amplia plataforma en lo alto de la ciudadela que actualmente incluye la iglesia del mismo nombre y todo su entorno, fue uno de los emplazamientos más viejos de la judería calagurritana, formada al abrigo del castillo y de la iglesia de San Salvador (hoy San Francisco), de probable origen tardorromano.

La sinagoga, pues, debió de funcionar aquí al menos entre los siglos XIV y XV, hasta la cesión de los Reyes Católicos del edificio al Cabildo tras la expulsión de los judíos el 7 de agosto de 1492. El templo hebraico se transformó en la ermita de San Sebastián, localizada junto a la iglesia de San Salvador y al castillo. En 1579 el Cabildo cedió iglesia y ermita a los franciscanos, quienes transformaron todo el conjunto en convento, levantando la capilla del Santísimo en el lugar en el que nació fray Juan de Jesús María, más conocido como el Calagurritano, ilustre carmelita descalzo y primer biógrafo de Santa Teresa de Jesús, incorrupto y venerado en Montecompatri (Italia), con quien Calahorra está hermanada. Tras la ruina del convento, que después de la Desamortización fue utilizado sucesivamente como cárcel, juzgado, escuela, e instituto, la iglesia fue desacralizada y actualmente está cedida a la Cobradía de la Santa Vera Cruz, que ocupa la única ala del claustro que se conserva), además de albergar el Museo de Pasos de una Semana Santa declarada de interés turístico regional.

Séfer Torá de Calahorra

La Sefer Torá de Calahorra. Los dobleces del pergamino que fácilmente se aprecian son una prueba de su posterior utilización como forro de libros cristianos

Entre los escasos restos materiales que se han conservado del pasado judío de Calahorra, ocupa un lugar destacado los fragmentos de una Torá sinagogal que se guardan en el Archivo de la Catedral y que conservan fragmentos del libro del Éxodo, desde Éx- IV, 18 a XI, 10.

Los fragmentos de la Torá han llegado hasta nuestros días gracias a su utilización como cubierta para dos tomos de las Actas del Cabildo Catedralicio, en concreto, para los volúmenes correspondientes a los años 1451-1460 y 1470-1476.

Estos fragmentos pertenecían a un largo rollo que contenía el texto de la Torá compuesto de pliegos cosidos entre sí y que conformarían una tiras horizontalmente muy largas, que se enrollaban en cada uno de los extremos a sendas varas de madera. Para el cosido de unos y otros pliegos se utilizaba, normalmente, tendones (o giddim) procedentes de la pata trasera de un animal cásher o apto para el consumo por los judíos.

El texto escrito está dispuesto en columnas paralelas y, como puede observarse en los fragmentos calagurritanos, la caligrafía se cuida al máximo y la tinta es de gran calidad. La longitud del manuscrito completo sería de unos cuarenta metros.

Los fragmentos conservados del SeferTorá de Calahorra presentan una forma cuadrangular apaisada, y constituyen una pieza de piel de 1,49 metros de largo (81 centímetros uno de los fragmentos y 68 el otro) por 63-64 centímetros de ancho. El texto se distribuye en nueve columnas de escritura, correspondientes las cinco primeras al fragmento peor conservado (el que encuadernó las actas capitulares de 1470-1476), y las otras cuatro al que permite una lectura mejor (y cubrió las actas de 1451-1460). Cada columna de escritura está formada por cuarenta y tres líneas, como es habitual en los sefarim, y todas ellas igualmente espaciadas entres sí un centímetro. El pergamino que le sirve de base es de primera calidad y consiste en piel curtida, probablemente de cabra, escrita por su capa hialina (es decir, por su capa lisa), con escritura hebrea cuadrada muy elegante, que podría ser definida como escritura rabínica sefardita. Las letras están ligeramente espaciadas entre sí y los espacios son algo mayores entre palabras y entre frases. La tinta utilizada es de un negro muy intenso, de carbón, de negro de humo.

El pergamino de base tiene trazas de haber sido reutilizado, y todavía se pueden observar restos de una escritura anterior borrada para reaprovechar el material, lo que da al manuscrito un valor aún mayor.

La Torá (La Ley)

Es el objeto ceremonial más importante que relata la historia del pueblo judío. La Torá difunde la Ley escrita en hebreo arcaico de los cinco primeros Libros de la Biblia (el Pentateuco): Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

El rollo, formado de grandes trozos de pergamino cosidos juntos, puede llegar a una altura de hasta 80 cm. Está montado en dos varas de madera para enrollarlo, levantarlo y portarlo. En la costumbre askenasí las manillas de estas varas están cubiertas generalmente por coronas o remates de algún metal fino. La Torá está atada con una faja, lisa o bordada, que se desata solamente cuando se lee en público, y está protegida por una funda, por lo general bordada. Un pectoral, recuerdo del que usaba el Sumo Sacerdote, cuelga desde las manillas sobre la funda. En las comunidades sefardíes el rollo de la Torá se coloca en una caja cilíndrica, barnizada y decorada, y por lo general envuelta con una faja. La mayoría de las cajas son de madera, pero existen también modelos en plata y en oro. A su vez, esta caja se guarda dentro del Arca.

El rollo de la Torá es tratado con la máxima reverencia aunque, por supuesto, no es adorado. No debe ser dejado caer, ni debe ser llevado a un lugar impuro. El pergamino del rollo de la Torá no se toca excepto cuando es absolutamente necesario. El lector se ayuda de un puntero de madera o de plata que tiene en su extremo una mano con el índice extendido.

Las sinagogas pueden tener rollos adicionales; los más comunes son El Cantar de los Cantares, Rut, Eclesiastés y Ester, que se leen públicamente en las festividades del Pésaj, Shavuot(Pentecostés), Sucot y Purim, respectivamente.

El rollo que más comúnmente se encuentra después de la Torá es el de Ester, que cuenta el relato de Purim. Dado que no menciona el nombre de Dios, es de menor santidad que los demás rollos y se encuentra en muchos hogares. Se lo mantiene en una caja hecha de madera, plata u otros materiales.

Torreón de El Sequeral

Base del potente torreón que cerraba por el sureste la antigua Calagurris Iulia. Era una gran torre angular de gruesos sillares, emplazada en el vértice que formaba la muralla al girar bruscamente su trayectoria hacia el oeste

El torreón de El Sequeral cerraba por el sureste la muralla romana altoimperial (siglo I d. C.). Es aconsejable descender unos metros hasta la misma base del torreón, y observar de cerca el complejo entramado de muros y defensas que existieron en este punto de la ciudad, donde la torre debía de producir un fuerte impacto visual para aquellos que llegaran a la antigua Calagurris Iulia a través de la calzada romana, desde Gracchurris (Alfaro) o desde Caesaraugusta (Zaragoza). Un hito donde confluyen la huella de los judíos calagurritanos con la de sus antepasados romanos, algunos de ellos tan ilustres como Marco Fabio Quintiliano o como el poeta Aurelio Prudencio.

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