La visita a la judería de Córdoba permite seguir un recorrido lleno de encanto y magia que, fuera de los circuitos convencionales, va descubriendo a su paso rincones que guardan intacta la memoria medieval de la ciudad de las tres culturas. La calle Judíos, donde se suceden la sinagoga, la casa de Sefarad, el zoco y la plaza Tiberiades, constituye el núcleo esencial de una visita que reconstruye a la perfección la historia de la comunidad en la que nació un personaje de proyección universal como Maimónides, o en la que brillaron algunos de los judíos más ilustres de su tiempo, como el jiennense Hasday ibn Shaprut o los tudelanos Yehuda ha-Leví o Abraham ibn Ezrá.

La presencia de los judíos en Córdoba es casi tan antigua como la propia ciudad. Llegados a Andalucía, según los viejos cronicones, en tiempos del Rey Salomón, lo más probable parece que las primeras familias hebreas que se instalaron en Córdoba lo hicieran con los romanos. En contraste con la tolerancia de éstos, la sucesión de medidas restrictivas de los visigodos sobre todo a partir de la conversión al cristianismo de Recaredo, en el 589, propició que los judíos apoyaran abiertamente la conquista musulmana de 711, produciéndose a partir de ese momento la llamada Edad de Oro del Judaísmo Español, donde las academias rabínicas de Córdoba tuvieron tanto renombre como poder los ministros judíos de los califas.

Tras la toma de Córdoba por Mugit, lugarteniente de Tariq, los musulmanes llevan a cabo una especie de pacto con los habitantes de la ciudad según el cual se acordaba respetar la vida de los ciudadanos, salvo la de los cuatrocientos caballeros que resistían en la Iglesia de Santa Victoria, extramuros de la ciudad y que resistieron hasta morir. Muestra de ello es la compra de parte de la basílica de San Vicente y el traslado de la primitiva musalla hasta estaa, lo que constituyó el germen de la actual mezquita. En 716, la Qurtuba islámica se constituye como centro administrativo de Al-Ándalus, gobernada por un Emir dependiente de Damasco y el centro de poder se instala en el palacio visigodo, cercano a donde hoy está el Alcázar de los Reyes Cristianos.

La llegada del omeya Abd al-Rahman I, el Inmigrado, el Desheredado, unió a los bandos descontentos con la política imperante y a los seguidores del futuro emir. En el año 756 se produce la toma de Córdoba y la proclamación de la misma como capital del emirato independiente de Al-Ándalus. Abd al-Rahman I realizó la primera gran ampliación de la Mezquita Aljama de Córdoba y reconstruyó las murallas y el Alcázar. Fue Hisham I, hijo del primer emir, quien terminó las obras que comenzara su padre en la gran mezquita y levantó el primitivo alminar, hoy en día desaparecido. Con la llegada al poder de Abd al-Rahman II se produce la segunda gran ampliación del templo y la ciudad vive unos momentos de gran auge constructivo.

Pero el mayor auge de la Qurtuba musulmana vino de la mano de Abd al-Rahman III, quien en el año 929 se hace con el título de califa y proclama a Córdoba como la capital del califato independiente de Damasco, sede religiosa, política y administrativa de todo el reino islámico occidental. Entre sus obras más notables, están la ampliación de la Mezquita y la fundación y construcción de Medina Azahara. Con su hijo Al-Hakam II, segundo califa desde 951, Córdoba alcanzará su mayor esplendor.

En la Córdoba califal de Abderramán III, de Al-Hakam II —cuya biblioteca llegó a contener 400.000 volúmenes— y de sus sucesores, el espíritu cultural importado de Oriente fue recreado, transformado, acrecentado y traducido en el seno de florecientes círculos culturales integrados por musulmanes, judíos y cristianos, de modo que Córdoba pasaría a ser la heredera científica y cultural de Bagdad. Las grandes obras científicas, poéticas y filosóficas griegas, conservadas en la Biblioteca de Alejandría, fueron salvadas del olvido gracias a los científicos y filólogos musulmanes, cuyo florecimiento más acusado se dio en Bagdad a partir de la segunda mitad del siglo VIII. Los eruditos y traductores árabes lograron aglutinar las antiguas culturas griega, persa e india con las de los nuevos pueblos incorporados al gran imperio árabe. Todo este acervo cultural fue transmitido a la España musulmana y, de ella, a los reinos cristianos medievales.

Con Al-Hakam II, impulsor de la universidad cordobesa y del saber, los judíos alcanzaron la cota más alta en el ámbito del saber y la educación. En las escuelas cordobesas, creadas por los califas, judíos y musulmanes recibían instrucción sobre filosofía, gramática, botánica, matemáticas y música. Los judíos gozaban de privilegios similares a los disfrutados por los musulmanes, luchaban en los mismos ejércitos y ostentaban cargos gubernamentales. En este época, Hasday ibn Shaprut recibió el cargo de nasí o príncipe de los judíos, gracias a sus conocimientos lingüísticos y científicos, así como por su habilidad diplomática. Como ministro de finanzas del califato y diestro diplomático, Ibn Shaprut se convirtió en mecenas y protector de la actividad intelectual de sabios como Dunash ben Labrat, talmudista venido del norte de África, y de su rival, Menahem ibn Sharuk. Al gran ministro judío se debió la llegada a la ciudad de la orgullosa doña Toda, reina de Navarra con su rico cortejo, pidiendo al califa protección y ayuda. Hasday, que se había rodeado de un equipo de sabios, poetas y gramáticos, fundó en Córdoba una escuela independiente del gaonato, estableció el estudio del Talmud en la península que se alzó con el liderazgo intelectual del judaísmo a escala mundial y se convirtió en la sede del saber judío.

Tras la muerte de Hasday ibn Shaprut en 970, la Córdoba judía se convulsionó por la polémica respecto de quién había de suceder en el rabinato al sabio Moshé ben Hanok, cuyo hijo ocupaba entonces el cargo. La judería estuvo dividida internamente. El poderoso fabricante de seda Jacob ibn Gau se inclinaba por Yosef ibn Abitur, mucho más preparado que el mismo Hanok, protegido de Hasday. Abitur no sólo era sabio en temas judíos, sino también gran arabista y poeta. Como la disputa se alargaba, el asunto fue sometido al criterio del califa, que se decantó por Hanok, dado que la mayoría de la judería estaba con él. A pesar de ello, cuando Jacob ibn Gau fue nombrado nasí y juez supremo de los judíos de Al-Ándalus y fue elegido por los judíos cordobeses como presidente de su comunidad, relevó a Hanok de su puesto y llamó a ibn Abitur para que lo ocupara. Jacob ibn Gau acabó cayendo en desgracia y Hanok recuperó su cargo, que ostentó hasta su muerte en 1014.

Con el hijo y sucesor de Al-Hakam II, Hisam II la ciudad entraría en declive de nuevo de la mano de Almanzor, su visir y a quien el califa había confiado el gobierno de Qurtuba. Un año antes de la muerte del gran rabino Hanok, en 1013, la guerra civil se cebó con Córdoba tras la muerte de Hisam II. El rey bereber Suleimán se alió con el conde Sancho de Castilla para atacar la ciudad mientras Wadhih envió a sus ricos amigos judíos que se trasladaran a Barcelona para conseguir ayuda y una alianza con el conde Ramon Borrell III. Cuando Suleimán entró en Córdoba, saqueó la judería y quemó casas y negocios. Las familias judías más poderosas de Córdoba fueron reducidas a la miseria y muchos optaron por el exilio. El hijo de Hasday ibn Shaprut, Yosef, y el gramático Jonah ibn Jana se establecieron en Zaragoza, Samuel ibn Nagdelah en Málaga. En Córdoba sólo quedó un pequeño número de judíos que fueron perseguidos por los almohades, cuyo líder, Abd-al Mum’in forzaba en 1148 a los judíos a abrazar el Islam o morir. Ante la disyuntiva, muchos optaron por fingir su conversión, pero muchos otros abandonaron la ciudad. La sinagoga, construída por Isaac ibn Shaprut, padre de Hasday, fue pasto del pillaje.

La conquista almorávide, la intolerancia religiosa y el saqueo al que sometieron a la población provocó una nueva huida de lo sabios que, acostumbrados a la libertad de pensamiento y creación, se sentían mediatizados por su fanatismo. En el año 1085, Toledo es conquistada por Alfonso VI. Este hecho será de suma importancia en la historia de Córdoba. Ante el peligro de que la victoria cristiana se extienda por Al-Ándalus, la zona se militariza y cae en manos de los almorávides en el año 1091. Los primeros años de dominio almohade continuaron con la inestabilidad que se dio durante el período almorávide, por lo que Al-Ándalus continuó fortaleciéndose militarmente. Sin embargo, en 1162, el califa ‘Abd al-Mu’min vuelve a convertir Qurtuba en capital del territorio. Por su situación geográfica, la ciudad es un punto ideal para la defensa del sur de Al-Ándalus, pero también para la entrada y conquista cristiana hacia el interior. Por este motivo, se construyen varias fortalezas cercanas al alcázar andalusí. Una de ellas estaba en las inmediaciones de la Torre de la Calahorra; otra fue conocida como Castillo Viejo de la Judería. Desde un punto de vista religioso, los almohades fueron mucho más radicales que los almorávides, pusieron tanto a cristianos como a judíos de nuevo en la disyuntiva de la conversión al Islam o la muerte. En esta época Maimónides, el filósofo judío más influyente de su tiempo, cuya Guía de perplejos dejó huella en el pensamiento y la vida judía como ningún otro, abandonó la ciudad.

En junio de 1236, las tropas cristianas de Fernando III el Santo conquistan la ciudad, encontrándose un lugar sumido en la decadencia tras el mandato almohade. Tras la conquista, los musulmanes salieron libres, llevando consigo sus propiedades y sirvientes pero perdiendo sus bienes inmuebles (casas y tierras) que serían donados y repartidos entre conquistadores y pobladores. El 30 de junio, Fernando III, rodeado de la nobleza y de todo el pueblo, hizo su entrada solemne a la ciudad. Después de una misa, se dirigió al Palacio Califal, edificado por los musulmanes, para comenzar a tratar con la nobleza todo lo necesario para el repoblamiento de la ciudad.

Tras la conquista, los judíos se verían favorecidos por una política de tolerancia, volviendo a recuperar parte del esplendor perdido durante la dominación almorávide y almohade. El rey concedió los mismos derechos a cristianos, judíos y musulmanes en el fuero y asignó a los judíos el recinto de la vieja judería, otorgándoles licencia para la construcción de una sinagoga adicional, a pesar de la oposición del cabildo. La sinagoga se construiría en 1315 y todavía existe en la calle Judíos, 20.

Alfonso X el Sabio trató de mejorar la suerte de los judíos, otorgándoles privilegios y derechos de diverso orden: se ampliaron sus barriadas y se cerraron con un muro que los aislaba del resto de la población. Esta medida no tenía tanto un objetivo segregacionista como de seguridad de los judíos y es una muestra del clima antijudío que comenzó a desarrollarse en las juderías andaluzas.

En 1349, la peste negra hará sus estragos en la ciudad, algo que se repetiría quince años más tarde. Esto conllevó unos altísimos índices de mortalidad, situación que se agravará por la escasez de comida y de dinero. La relativa paz imperante a lo largo del siglo XIII tras la conquista cristiana se verá truncada en el XIV, especialmente por la mala situación que se vivía en el Reino de Castilla, donde el rey Pedro I el Cruel y su hermanastro Enrique II de Trastámara lucharon en una Guerra Civil (1351-1369) por hacerse con el trono. Entre 1366 y 1369, tiene lugar en Córdoba una lucha entre los partidarios de uno y otro bando, del que sale vencedor Enrique II.

Pero sin duda, uno de los hechos más dramáticos ocurridos en Córdoba tendrá lugar en 1391, año en que se produce un asalto en la Judería. El Arcediano de Écija, Ferrand Martínez, y sus prédicas provocó que la turba enardecida echara abajo las puertas de la sinagoga. La tensión y las revueltas habían comenzado años antes en Sevilla, expandiéndose de ahí a ciudades como Córdoba y Toledo. Uno de los motivos por los que comenzaron los asaltos a las juderías fue la culpa atribuida a los judíos de la peste que asolaba Europa, acusándoles de envenenar las aguas de la ciudad. Tras las matanzas de 1391, los pocos judíos que consiguieron salir con vida, tuvieron que convertirse al cristianismo, mientras veían cómo su sinagoga pasaba a tener una función hospitalaria católica y cómo los asaltantes se apoderaban de sus casas y demás pertenencias. Así, en 1399, se hace necesario repoblar este barrio, creándose una nueva colación, la de San Bartolomé, que estará presidida por la Capilla Mudéjar del mismo nombre. Muchos otros judíos convertidos se mudaron al barrio de San Nicolás de la Axerquía.

En 1406 volvieron los asaltos a la judería y las persecuciones a las casas y tiendas propiedad de judíos. Como consecuencia de estos hechos, Enrique III el Doliente impuso una multa de 40.000 doblones a la ciudad de Córdoba, de los que sólo una tercera parte fue satisfecha ya que la muerte sorprendió al rey. Tras esta nueva matanza, muchos judíos se establecieron en Granada.

En 1473 una nueva revuelta se ceba con los conversos. Liderados por Alonso Rodríguez, un herrero, la turba comenzó a prender fuego a las casas de los conversos con la excusa de vengar una ofensa: de las ventanas de la casa de un converso se había arrojado aguas fecales contra la imagen de la Virgen llevada en procesión por la calle de la Herrería. El gobernador Alfonso de Aguilar, junto con su hermano Gonzalo Fernández de Córdoba y otros caballeros, pidió al herrero que depusiera su actitud, pero en vano. La turba, indignada con la actitud del gobernador, atacó casas de conversos en las calles de la Ropería, Santa María de Gracia, Curtiduría, Alcaicería, Platería y no tardó en correr la sangre. El gobernador tuvo que refugiarse en el alcázar con los judíos y conversos, a riesgo de perder la vida. La revuelta de la calle San Fernando contra los sospechosos de judaizar hizo que más tarde, en 1482, recayera sobre ellos la acusación directa y la actuación del Tribunal de la Inquisición.

Hacia 1478, el corregidor cordobés Francisco Valdés obligó al traslado de la comunidad judía a la antigua judería en el Alcázar Viejo, pero sintiéndose menoscabados en sus derechos, los judíos pidieron al monarca volver a su emplazamiento anterior, lo que finalmente consiguieron tras volver a levantar el muro y las puertas de acceso que los aislaban de la población cristiana.

En la última década del siglo XV, la concentración de tropas de los Reyes Católicos en Córdoba para dar el golpe definitivo al reino de Granada, se verá como un rayo de esperanza para la recuperación de la localidad. Aquí es recibido Cristóbal Colón para exponer su proyecto de viaje a las Indias. Pero una vez tomado el último reducto musulmán, Isabel y Fernando dictan la expulsión de los judíos de todo el territorio cristiano desde la Alambra de Granada. Este decreto supondrá el golpe definitivo para la mermada economía cordobesa y acabará con la convivencia de las tres culturas durante siete siglos. Córdoba tardará prácticamente tres siglos en recuperarse económica y demográficamente tras el exilio judío.

Alcázar de los Reyes Cristianos

El Alcázar de los Reyes Cristianos

El Alcázar de los Reyes Cristianos fue construido por Alfonso XI el Justiciero en 1327 sobre parte del antiguo palacio califal andalusí, destinándose a residencia real y confiriéndole la fisonomía de castillo con la que ha llegado a nuestros días. En el Alcázar se instaló la sede de la Inquisición en 1492, junto al castillo de los Judíos, uno de los emplazamientos tradicionales del colectivo hebreo tras la entrada en la ciudad del rey Fernando III el Santo, en 1236.

El alcázar fue residencia real durante los siglos XIV y XV, y a partir de 1482 se convirtió en cuartel general del ejército de los Reyes Católicos para la conquista del reino de Granada. Aquí recibieron Isabel y Fernando a Cristóbal Colón, y aquí estuvieron constantemente hasta la toma de Granada, cuando cedieron el alcázar a la Inquisición. El Santo Tribunal, que transformó en mazmorras una buena parte de las estancias palaciegas, permaneció en esta sede hasta 1812, fecha en que las Cortes de Cádiz lo abolieron.

Alcázar viejo

La calle de Enmedio. El antiguo Alcázar Viejo

El barrio del Alcázar Viejo era el lugar donde se establecieron los judios tras la conquista cristiana de la ciudad, en 1236. Ya en el siglo XV, el corregidor Francisco Valdés volvió a trasladar a los judíos hasta el barrio del Alcázar Viejo en 1478. Sin embargo, la comunidad judía reclamó ante el Rey Católico y logró volver a su antiguo recinto un año más tarde. La provisión de Fernando el Católico del 16 de mayo de 1479 dice así:

Fué acordado que los dichos judios se quedasen en la judería donde estaban é que se pusiesen dos puertas en los dichos arcos porque estuviesen mas apartados e cerrados; e habiendo el dicho Corregidor avenido las dichas puertas en siete mil maravedis, y estando lo sobredicho en este estado, que vos el dicho Francisco de Valdés, mi Corregidor, movido por inducimiento de algunas personas habeis mandado so ciertas penas que los dichos judíos dejen sus casas, e judería, e sinoga, é que se pasen á vevir al Alcazar viejo donde vos el dicho Corregidor estais; en lo cual diz que ellos son muy agraviados, porque ellos estando, como están, apartados, no se les debe mandar dejar sus casas é judería é sinoga, é ir a comprar otras casas é facer otra sinoga de nuevo en otra parte, siendo, como es, el lugar donde estan conviniente para ello, porque ellos, perderán toda su facienda, é no tenian con que se sostener, ni tienen con que facer nin comprar casas é sinoga de nuevo; por su parte me fue suplicado y pedido por merced que sobre ello les proveyese como la mi merced fuese. [...] Por que vos mando que, luego que con ella furedes requeridos, fagais poner en los dichos arcos viejos, que estan á la entrada de la dicha judería sus puertas con que se cierren y se abran; y si viéredes que otras puertas se deben poner, las fagais poner; é no les constringades ni apremiedes á que se hayan de ir a vivir á otras partes algunas, ni que se hayan de apartar al dicho Alcázar viejo. [...] Nin les fagais nin consintais que les fagan mal, ni danno, nin otro desaguisado alguno en sus personas, ni en sus bienes, como no deben; ca yo por esta mi carta tomo á los judíos so mi guarda é amparo é defendimiento real.

Baños árabes de Santa María

Baños árabes de Santa María. Sala fría

Los baños árabes de Santa María, muy frecuentados por los judíos cordobeses, constituyen uno de los escasos ejemplos conservados de este tipo de edificaciones, que fueron muy populares y abundantes en la Córdoba califal e incluso perduraron después de la conquista cristiana. Fueron construidos en época califal y rehechos en el siglo XIV por alarifes mudéjares, y están situados entre la calle Velázquez Bosco (antigua calle Comedias) y la calle Céspedes (que era la calle del Baño Bajo).

El monumento incluye un aljibe y tres salas abovedadas correspondientes al frigidarium (baños fríos), tepidarium(baños templados) y caldarium(baños calientes). La primera sala, la de los baños fríos, cubierta con bóveda de medio cañón y compartimentada en varias habitaciones, se conserva integrada en la actual vivienda del número 10 de la calle Velázquez Bosco, abierta a las visitas. La sala del tepidarium es hoy un patio cuadrado de 7,5 metros de lado con galerías sustentadas en ocho columnas que soportan arcos de herradura y bóvedas de medio punto perforadas por lucernas troncopiramidales. El caldarium, por último, es una sala rectangular de 10,3 por 3,1 metros, con muros de ladrillo y sillar de piedra y cubierta por una bóveda de cañón realizada en piedra y con tres series de lucernarias actualmente cegadas. En el lado oeste de la habitación se abren dos arcos de herradura que originalmente enmarcaban sendas piscinas y, entre ambos, una estrecha galería abovedada de conexión con el aljibe.

Calle Judíos

La calle Judíos

Abierta hacia el sur, la calle Judíos transcurre en paralelo a la muralla. Eje principal de la judería, su estrechez, el pulcro encalado de sus casas y la canaladura que discurre a lo largo de buena parte de su recorrido para facilitar el paso de los carros le confieren un inequívoco aire de judería emplazada en una ciudad musulmana medieval, a la que contribuyen no poco los comercios de artesanía establecidos en esta calle.

Capilla de San Bartolomé

Entrada a la capilla de San Bartolomé, en la calle Averroes

En la esquina de la calle Averroes y Cardenal Salazar, la capilla de San Bartolomé ilustra la instalación en plena judería de una nueva parroquia de conversos a partir del asalto de 1391, cuando los hebreos que decidieron seguir fieles a la ley de Moisés fueron apartados al reducto del Alcázar Viejo.

Levantada posiblemente sobre una anterior mezquita, entre 1399 y 1410, la capilla constituye un espléndido ejemplo del estilo gótico-mudéjar. El conjunto consta de una nave rectangular con bóveda de crucería que aún conserva un zócalo de azulejos y yeserías originales, recientemente restaurados; tiene, además, un patio paralelo a la nave de la capilla con fachada a la calle. En la fachada se puede apreciar un arco ojival y un pórtico de tres arcos, mientras que el tejado está cubierto por teja de cerámica árabe.

Actualmente está integrada en el conjunto de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba. La calle del Cardenal Salazar conduce hasta la plaza del mismo nombre, por donde se accede a las dependencia de la Universidad, en un edificio que funcionó anteriormente como Hospital Provincial de Agudos.

Casa de Sefarad

Entrada a la casa de Sefarad en la Calle Judíos

Frente a frente con la sinagoga, la casa de Sefarad, o casa de la Memoria, es un inmueble del siglo XIV vinculado, según varias fuentes, al conjunto del templo judío. Las roelas coloreadas de los capiteles del patio son uno de los elementos originales de este edificio, restaurado a conciencia para recrear el espíritu de los judíos cordobeses. Además de punto de referencia en cualquier itinerario por la Córdoba hebraica, la Casa de la Memoria es un centro cultural en el que se celebran constantemente conciertos y actos de diferentes formatos, una biblioteca especializada y una tienda donde se pueden encontrar todo tipo de objetos relacionados con el mundo de los judíos.

Casa del Judío

Fachada posterior de la Casa del Judío

Frente al Museo Arqueológico, con fachada a la calle Horno del Cristo, se levanta la denominada Casa del Judío, una casa solariega restaurada por los arquitectos Félix Hernández y Rafael Manzano, fruto en realidad de la fusión de la casa solariega de Medinaceli con la de Casas Altas y unidas por hermosos patios.

Esta casa es una de las más bellas mansiones de la ciudad y posee dos fachadas de diferentes magnitudes: la principal da a la calle Rey Heredia; la secundaria forma parte de la plaza de Jerónimo Páez, frente al palacio de los Páez de Castillejo, que hoy alberga el Museo Arqueológico.

La casa es conocida popularmente como Casa del Judío, por ser su último propietario, el empresario judío francés, de origen sefardita, Elie J. Nahmias, quien, desde que llegó a esta población hasta que murió, fue apasionado amante de la ciudad. El Ayuntamiento de Córdoba le ha dedicado la plaza situada detrás de la casa, al final de la Cuesta de Pero Mato, frente a la Plaza Jerónimo Páez.

Castillo de los Judíos

El Castillo de los Judíos después de su restauración

Las calles de las Caballerizas Reales, Martín Roa y Hasday ibn Shaprut delimitan, junto con el parque del Campo Santo de los Mártires, el espacio que ocupó como avanzadilla sobre las murallas, el Alcázar Viejo o castillo de los Judíos, una antigua fortificación árabe que fue aprovechada por los hebreos que se instalaron en Córdoba tras la toma de la ciudad por Fernando III en 1236. El torreón de la Muralla, que se asoma a la calle de las Caballerizas Reales, permanece como testimonio de aquella fortaleza avanzada levantada por los almorávides en los siglos XII-XIII, formando parte del barrio de San Basilio, o del Alcázar Viejo, creado en el siglo XIV. Desde la torre, el arco que conduce extramuros se abre a la derecha a la calle de Martín Roa, donde se levanta un lienzo de la muralla protegido por la torre de Belén; a sus pies, la estatua del poeta Luis Prieto Romana, más conocido como Luis Navas, uno de los personajes más populares de la Córdoba del siglo XX.

Las excavaciones arqueológicas han permitido dejar también al descubierto los cimientos de una puerta de acceso al Castillo de los Judíos, en la confluencia de la calle de Hasday ibn Shaprut con el Campo Santo de los Mártires. De la lectura de algunos documentos sobre los judíos cordobeses podría desprenderse la existencia de una sinagoga junto a esta puerta, que cerraba un espacio que, tras el asalto a la judería en 1391, se convirtió en gueto, llegando a albergar en su interior a cerca de 500 personas.

Hasday ibn Shaprut

Hasday ibn Shaprut fue uno de los personajes más singulares de la corte de Abderramán III, médico y hombre de confianza del califa, nacido en Jaén en el 910 y nombrado por él nasir o jefe de las comunidades judías de Al-Ándalus, cargo que compatibilizó con otros como el de ministro o jefe de protocolo. Diplomático, escritor, hombre de gran fortuna y verdadero mecenas de poetas, filósofos, gramáticos y científicos, Ibn Shaprut actuó como un verdadero ministro de asuntos exteriores del califato y fue uno de los grandes impulsores de la época dorada de la cultura judía andalusí. Murió en Córdoba alrededor de 975.

Cementerio judío de Los Santos Pintados

Vista aérea de la zona excavada de la maqbara de Santos Pintados

En enero de 1953 Samuel Santos Gener, director del Museo Arqueológico de Córdoba, se hace eco de la aparición de unos sepulcros judíos en las inmediaciones de los Santos Pintados. Una serie de:

Sepulcros formados por seis grandes losas de piedra caliza acuñadas verticalmente, a tres por banda en forma rectangular y cerrados por una sola losa para la cabeza y otra para los pies. Su altura es aproximadamente de 0´50 m y la longitud de 2 m. Lo más curioso de estos sepulcros es la forma de tapar con losas escalonadas que permiten que el agua de la lluvia penetre en el interior.

El cementerio, al que se ha le ha dado una posible adscripción mozárabe, sigue un patrón prácticamente idéntico al de la maqbara, o cementerio islámico hallado en el Zumbacón: posición de los individuos decúbito supino con variaciones en su orientación, aunque predominan los enterramientos con la cabecera al Este y los pies al Oeste. Abundan los enterramientos en cista, cuya fosa es a veces revestida por sillares de calcarenita con o sin cubierta, formadas éstas, en su caso, por tres o cuatro lajas de caliza bien canteada.

Las fosas presentan planta tanto rectangular como trapezoidal sin recogerse ninguna de planta antropomórfica. Tampoco hay constancia de ajuar. Llama la atención la mala conservación en buena parte de las estructuras funerarias y sobre todo de los restos óseos, siendo frecuente la ausencia de éstos bajo algunas de las estructuras localizadas.

El cementerio

El cementerio se ubicaba extramuros, a cierta distancia del barrio judío. El terreno elegido:

  • Tenía que ser tierra virgen
  • Estar en pendiente
  • Estar orientado hacia Jerusalén

La judería debía tener un acceso directo al cementerio para evitar que los entierros tuviesen que discurrir por el interior de la ciudad.

Los reyes autorizaron después de 1492 (en Barcelona en 1391), que las piedras de los cementerios judíos pudieran ser reaprovechadas como material de construcción. Así, no es extraño encontrar fragmentos de inscripciones hebreas en varias construcciones posteriores.

A pesar del expolio que sufrieron desde finales del siglo XIV, la memoria de estos cementerios ha perdurado como nombre en determinados lugares, por ejemplo, Montjuïc en Barcelona o Girona. Sabemos de la existencia de más de veinte cementerios judíos medievales. Otros sólo se conocen o bien por la documentación o bien por las lápidas conservadas. El de Barcelona, en Montjuïc, fue excavado en el año 1945 y 2000, el de Sevilla en 2004, el de Toledo en 2009 y el de Ávila en 2012.

Cipo funerario en la iglesia de San Miguel

Cipo funerario en la iglesia de San Miguel

Junto a la puerta de Osario, llamada Bab al-Yahud (Puerta de los Judíos) antes de la conquista cristiana, se encuentra la iglesia de San Miguel, en cuyo interior se ha localizado una inscripción hebrea. La inscripción es un cipo funerario procedente del desaparecido cementerio judío de Córdoba de época emiral y califal, reutilizado en la construcción del templo y situado en el ábside central, el del presbiterio, en el lado del Evangelio.

Pese a la dificultad de lectura por el deterioro de la pieza, según el experto Jordi Casanovas, la inscripción, de sólo tres líneas, viene a decir:

Meir hijo de rabí G..... descanse su alma en el haz de los vivientes.

La inscripción del cipo comparte la fórmula funeraria final de la lápida de Zumbacón; descanse su alma en el haz de los vivientes. Esta fórmula, la más sencilla y antigua, tan sólo había aparecido hasta entonces en otras dos inscripciones hebreas de la península; la lápida trilingüe de Tortosa (siglo VI) y la lápida de Calatayud (circa 919).

La aparición de la lápida de Zumbacón con la misma fórmula y probablemente procedente del mismo cementerio, fechada en el 845, quizá sirva para datar el cipo entre los siglos IX y X. En cualquier caso, la cronología tan baja de ambas piezas hace improbable que ninguna de ellas perteneciera al fonsario de Huerta del Rey, asociado a la ocupación judía de la Judería que hoy conocemos, de la que sólo tenemos constancia en época bajomedieval cristiana, y seguramente debían haberse colocado en el desaparecido cementerio judío de época emiral y califal.

El Fonsario o cementerio de los judíos

Miniatura de la Hagadá de Sarajevo

Tradicionalmente el Fonsario o cementerio judío se ha situado extramuros, en la antigua Huerta del Rey, cerca de la Puerta de Almodóvar y la moderna avenida de Doctor Fleming, pero su existencia no ha podido ser corroborada arqueológicamente.

Un cementerio hebreo sí que fue localizado en las excavaciones realizadas por Enrique Romero de Torres hacia 1930 y una segunda excavación realizada por José Andrés Vázquez en 1934, que encontró enterramientos hebreos en un montículo situado entre la Puerta de Sevilla y el cementerio moderno de Nuestra Señora de la Salud.

José Andrés Vázquez encontró veinte sepulturas de forma trapezoidal orientadas a levante; algunas de ellas formadas con sillarejos de piedra franca con cuñas de tejas y ladrillos árabes fragmentados, y cubiertas con grandes sillares labrados de piedra semejante. Entre estas sepulturas se encontraron dos unidas con rosca de ladrillo en forma de bóveda y también en dirección a oriente. Junto a los restos humanos que contenían estas tumbas se hallaron numerosos clavos algunos de ellos con adherencias de madera. Alrededor de las tumbas había trozos de cerámica mudéjar.

Tiempo después, Romero de Torres retomará los trabajos de excavación unos veinte metros más arriba del lugar donde realizó los anteriores hallazgos. En esta ocasión se excavaron unos cuarenta y dos sepulcros de tipo idéntico a los anteriores, igual orientación y los mismos materiales constructivos. Otras sepulturas más pobres estaban excavadas en la tierra y señalado su contorno con cantos rodados. También se encontró un aljibe árabe con diez esqueletos mezclados con clavos y colocados en dirección a oriente.

El cementerio

El cementerio se ubicaba extramuros, a cierta distancia del barrio judío. El terreno elegido:

  • Tenía que ser tierra virgen
  • Estar en pendiente
  • Estar orientado hacia Jerusalén

La judería debía tener un acceso directo al cementerio para evitar que los entierros tuviesen que discurrir por el interior de la ciudad.

Los reyes autorizaron después de 1492 (en Barcelona en 1391), que las piedras de los cementerios judíos pudieran ser reaprovechadas como material de construcción. Así, no es extraño encontrar fragmentos de inscripciones hebreas en varias construcciones posteriores.

A pesar del expolio que sufrieron desde finales del siglo XIV, la memoria de estos cementerios ha perdurado como nombre en determinados lugares, por ejemplo, Montjuïc en Barcelona o Girona. Sabemos de la existencia de más de veinte cementerios judíos medievales. Otros sólo se conocen o bien por la documentación o bien por las lápidas conservadas. El de Barcelona, en Montjuïc, fue excavado en el año 1945 y 2000, el de Sevilla en 2004, el de Toledo en 2009 y el de Ávila en 2012.

El zoco

El zoco municipal de artesanías

Como el resto de las ciudades musulmanas, Córdoba era toda ella un gran mercado. Los comerciantes y los artesanos abrían sus tiendas en la calle, en un estrecho y animado corredor que se extendía por casi toda la ciudad, ofreciendo a sus clientes productos elaborados por ellos mismos o traídos de todo el mundo. En la antigüedad, el zoco contenía tiendas de laneros, perfumistas, drogueros, etc. El lugar sufrió varios incendios a lo largo de su historia, hasta que en el siglo X se creó la alcaicería, un mercado real custodiado por la guardia califal donde se vendían los productos más lujosos y de importación como sedas, perfumes, especias, etc. Este edificio servía a la vez de almacén y de hospedería para los viajeros.

El actual zoco municipal, un edificio de estilo mudéjar de dos plantas con un gran patio porticado donde los artesanos cordobeses muestran su saber hacer en torno al trabajo del cuero, la orfebrería o la cerámica.

La Cruz del Rastro

La Cruz del Rastro

La Cruz del Rastro rememora el asalto a la Judería de Córdoba acaecido en 1473 a raíz de un incidente que se produjo durante la Semana Santa junto al Rastro, donde se ubicaba un mercado. Fue la Hermandad de la Caridad, que originó los incidentes, la que decidió colocar una cruz en este lugar para conmemorar la matanza de judíos y conversos.

Cuenta la leyenda que la sangre de las víctimas dibujó un pequeño camino en el suelo, creándose un pequeño riachuelo que dejó un marcado rastro, llegando éste hasta una pequeña llanura al borde del río, colocándose ahí la primera de las cruces instaladas, la cual fue reemplazada en el año 1814, permaneciendo la siguiente hasta el año 1852, cuando fue demolida por las obras del murallón. La actual cruz fue instalada en el año 1927. Aunque la leyenda popular atribuye el nombre de la Cruz al rastro de sangre dejado por las matanzas, en realidad se le denomina Rastro por la existencia de un rastrillo que hubo en esta zona hasta el año 1568, fecha en la cual fue traslada al Puente Romano en el Campo de la Verdad.

El asalto de la judería de 1473

Durante la Semana Santa de 1473 se produjo un incidente que acabó con el asalto de la Judería de Córdoba.

Según se cuenta, al llegar la procesión de la Hermandad de la Caridad a la calle de la Herrería –que hoy forma parte de la calle Cardenal González– , una mujer arrojó desde la casa de un converso agua que fue a caer a la imagen de la Virgen, propagándose la noticia de que eran aguas menores lanzadas como desprecio a la fe católica.

Los Hermanos de la Caridad, creyendo que los sefarditas habían instigado a la mujer para cometer aquel sacrilegio, asaltaron la Judería, comandados por Alonso Rodríguez, herrero del barrio de San Lorenzo, A su paso, asesinaron a cuantas personas encontraron e incendiaron sus hogares. El caballero Alonso de Aguilar, hermano del Gran Capitán, llegó al Rastro al frente de algunos de sus hombres, y ordenó a Alonso Rodríguez detener la matanza. Lejos de obedecer, el herrero ofendió a Alonso de Aguilar, quien arremetió contra él y lo mató.

La muerte de Alonso Rodríguez empeoró la situación y el motín duró cuatro días, hasta que Alonso de Aguilar, que se hallaba refugiado en el Alcázar, salió a las calles y ofreció a los judíos perdón por los crímenes. La Hermandad de la Caridad, comprendiendo que había alentado el conflicto promovido por el herrero Alonso Rodríguez, acordó perpetuar la memoria de Alonso de Aguilar colocando una Cruz en el Rastro.

La Judería

La Judería. Calle Deanes

El barrio de la Judería presenta desde el punto de vista urbanístico el típico trazado islámico con dos calles transversales centrales y un laberinto de pequeñas calzadas que acaban, a veces, en típicos callejones sin salida o adarves. Los límites de la judería actual van desde la Puerta de Almodóvar hasta la Mezquita-Catedral y el Palacio Episcopal (antiguo alcázar andalusí), al sur. La calle Rey Heredia marcaba la frontera del barrio por el este, lindando con la muralla por el oeste. Coinciden estos límites, por tanto, a grandes trazos con las calles Judíos, Albucasis, Manríquez, Averroes, Judería, Almanzor, Tomás Conde, Deanes, Romero y las plazas del Cardenal Salazar, Judá Leví y Maimónides.

El actual barrio de la judería se separó del resto de la ciudad por un recinto amurallado que aislaba a sus habitantes, al tiempo que los protegía de las iras de los cristianos. Sabemos que una de las puertas de este recinto era la del Malburguete, ubicada frente a la Mezquita-Catedral, al inicio de la actual calle Judería. Pero no todos los judíos habitaban en este barrio. Reducidos al principio a éste, muy pronto, a partir de 1260, algunos judíos se instalan en zonas próximas y, posteriormente, en lugares comerciales dentro del barrio de San Salvador, donde se asienta hoy el Ayuntamiento, y de San Andrés, junto a la parroquia de San Nicolás de la Axerquía, en la Ribera, e incluso al norte de la ciudad en los alrededores de la Puerta del Osario, el campo de la Merced y el barrio de Santa Marina, lo que muestra que se podían mover con facilidad por la ciudad. A lo largo de los siglos, los sefarditas también vivieron en otras zonas de la ciudad. Más tarde, Alfonso X el Sabio ordenó en 1272 cerrar el barrio de la Judería, obligando a los judíos a vivir dentro del mismo y creando con ello la Judería entorno a la Mezquita que hoy conocemos.

Federico García Lorca y la judería de Córdoba

En el poema San Rafael, que Federico García Lorca dedicó a Córdoba (1928), el poeta se refiere a la imagen de San Rafael que hay junto a la Puerta del Puente como el Arcángel aljamiado, tal vez por estar situada su estatua en uno de los límites de la aljama:

El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.

Lápida de Yehudá Bar Akon

Lápida de Yehudá Bar Akon, encontrada en el Zumbacón

El Museo Arqueológico conserva la única lápida funeraria hebrea encontrada hasta el momento en la ciudad de Córdoba, referente al judío Yehudá bar Akon, sin duda un importante personaje, que murió en Córdoba a mediados del siglo IX.

Aparecida en el barrio de Zumbacón en el transcurso de una excavación de urgencia y fechada en el año 845, esta pieza es de una importancia extraordinaria, al ser el único resto material conocido hasta ahora que documenta la aljama judía cordobesa durante el gobierno de los emires omeyas. Es, asimismo, la lápida funeraria hebrea más antigua hallada en España, junto con la lápida trilingüe de Tortosa. La pieza se encuentra completa y su texto, escrito en hebreo, recoge el nombre del fallecido, el año del defunción y una oración sobre una base de mármol blanco-amarillento de 21 cm. de altura, 32 cm. de anchura y 2’5 cm. de espesor.

La lápida está realizada sobre una pieza reaprovechada. Originariamente era un arquitrabe romano parietal, pues conserva restos de molduras en el reverso. El texto, escrito en hebreo, está labrado en relieve, con la misma técnica que se utilizaba para las inscripciones en árabe cúfico. Gracias a José Ramón Ayaso Martínez podemos disfrutar de su traducción:

Ésta es la sepultura de Yehudá
hijo de Rabí Akon, de bendita memoria,
su espíritu esté con los justos.
Murió el viernes tres
de Kislev del año [4]606 (6 de noviembre de 845 d.C.).
Descanse su alma en el haz de los vivientes.

Tras el descubrimiento de esta importante pieza, Isabel Larrea y Enrique Hiedra realizaron una investigación publicada en los Anejos de Anales de Arqueología Cordobesa (2010) y en la que relacionan la lápida de Zumbacón con la necrópolis hebrea aparecida en las inmediaciones de los Santos Pintados (actual glorieta de Los Almogávares).

Museo Casa Andalusí

Baño cubierto con flores

En el número 12 de la calle Judíos se abren las puertas de la casa Andalusí, una lujosa vivienda del siglo XII anexa al lienzo occidental de la muralla de Córdoba que conserva un adarve abovedado. La casa Andalusí representa, desde el mosaico romano de su sótano hasta el salón morisco en el que se recrea la vida de los musulmanes cordobeses, la superposición de culturas de la que es producto la ciudad de hoy. Una valiosa colección de objetos artísticos complementa la suntuosa decoración de la casa y del patio, fruto del trabajo del histórico comunista francés Roger Garaudy y de su esposa, la palestina Salma Farouqui, tras convertirse el primero al Islam e instalarse ambos en Córdoba.

Museo arqueológico

Entrada al Museo Arqueológico

El Museo Arqueológico se encuentra en la plaza Jerónimo Páez, en pleno casco histórico de la ciudad, muy próximo a la Mezquita-Catedral, y ocupa un palacio renacentista que perteneció a la familia de los Páez de Castillejo. A pesar de que el edificio conserva algunas estructuras de la Baja Edad Media, ya que se trataba de una casa mudéjar, fue ampliamente remodelado en el siglo XVI. Fue comprado en 1496 por los Páez de Castillejo y a ellos se debe la reforma renacentista, de la que destacan la escalera principal y la portada.

Posteriormente, entre 1944 y 1959, tras haber sido utilizado para distintos fines, el palacio fue adaptado por Félix Hernández para albergar el Museo Arqueológico, que quedó instalado en él en 1960. El museo se ha ampliado en 2011 con un nuevo edificio que alberga oficinas, laboratorios y una exposición permanente.

Plaza de Judá Leví

La plaza de Judá Leví

Plaza dedicada a uno de los poetas hispanohebreos más prestigiosos del Siglo de Oro del judaísmo español, Yehudá ben Samuel ha-Levi (1070-1141), natural de Tudela. Este poeta pasó buena parte de su vida en la España cristiana. Llevado por su deseo de aprender vino a Al-Ándalus pasando algún tiempo de su vida en Córdoba, con fama ya de poeta precoz. Esta plaza fue originariamente un espacio abierto en la confluencia de la calle Albucasis (antiguamente, la calle Portería de San Pedro Alcántara) con la calle Manríquez, que se amplió en 1958 con la construcción del edificio de la Oficina Municipal de Turismo, actual Comisaría de Policía. En un ángulo de la plaza se encuentra el Albergue Juvenil de la Junta de Andalucía.

Yehudá ha-Leví

Yehuda Ha Leví (1070-1141) es el príncipe de los poetas hebraico-andaluces, según frase de Menéndez Pidal. Cultivó todos los géneros poéticos: panegíricos, poemas de amistad y amorosos, nupciales, moaxajas, elegías, etc. Su carácter afable le atraería la amistad de los hombres de letras más ilustres de la sociedad judaica-española, con los que intercambió cartas de poesías. Abraham ibn Ezrá pudo ser su consuegro.

En su poesía está presente sus esperanzas mesiánicas y la idea de que la redención del pueblo judío pasaba por su retorno a la tierra prometida:

Mi corazón está en Oriente mientras que yo resido
en el extremo Occidente.

Su obra tiende con los años hacia lafilosofía y la apología del judaísmo. El Kuzari se considera su obra cumbre. Escrita en forma de diálogo y en árabe, fue traducida al hebreo y en el siglo XVII al castellano. Desde los círculos cabalistas y antirracionalistas se convierte en el referente de la conciencia nacional del pueblo judío en el exilio.

En 1141, con casi setenta años y tras haber vivido en Córdoba durante algunos años, muere rumbo a Alejandría sin que sepamos si pudo llegar a Jerusalén.

Plaza de Maimónides

La plaza de Maimónides o de las Bulas, con el Museo Taurino

La plaza de Maimónides fue conocida en otros tiempos como plaza de las Armentas, del Arcediano y de las Bulas, en este último caso en relación con la renacentista casa de las Bulas, donde en la actualidad se ubica el Museo Taurino de Córdoba. En el extremo opuesto de la plaza, en la esquina con la calle Tomás Conde, otro noble edificio de referencia: la casa de los Condes de Hornachuelos.

Abraham ibn Daud

Aunque superado por Maimónides, Abraham ibn Daud (1110-1180) es el verdadero padre del pensamiento judío racionalista. Filósofo e historiador, fue famoso por introducir el pensamiento aristotélico dentro del conocimiento del judaísmo, siendo el primer pensador judío partidario del racionalismo de Aristóteles, antes de Maimónides. Hasta entonces los judíos habían tendido al neoplatonismo, como es el caso de Ibn Gabirol.

De su vida sabemos que, al igual que muchos otros judíos —entre ellos Maimónides y su familia—, huyó de la ciudad tras la invasión de los intolerantes almohades en 1148 y se refugió en Toledo. Allí escribió en árabe en 1160 su obra filosófica Al-Akidah al-Rafiyah (La fe sublime), que posteriormente fue traducida al hebreo, y alrededor de 1161 su obra más famosa, Sefer ha-Cabalá (Libro de la tradición), una detallada lista de las generaciones de líderes espirituales judíos, desde Moisés a los rabinos coetáneos.

Murió en Toledo en 1180. En 2010 se celebró el noveno centenario de su nacimiento.

Plaza de la Corredera

Detalle de los arcos de la plaza

La plaza de La Corredera está situada en el centro de la ciudad, a la bajada de la calle Rodríguez Marín o Espartería, frente al Templo Romano. Está constituida por un amplísimo rectángulo con galería inferior porticada. Los arcos de medio punto sobre pilares sirven de soporte a tres pisos, de huecos rectangulares y simétricos con prolongados balcones de hierro. En esta plaza se mezclan la piedra, la cal y el ladrillo en una increíble armonía.

La plaza de La Corredera se levantó en el siglo XV sobre lo que hasta entonces había sido una simple explanada extramuros de la Medina; debe su nombre a las corridas de toros que en ella se celebraban. Este enclave debe su aspecto actual a la obra acometida en 1687 por el corregidor Francisco Ronquillo Briceño siguiendo el modelo barroco de las plazas mayores castellanas y adquiriendo como éstas su forma rectangular y su actual arquitectura. De la época anterior únicamente sobrevivieron las Casas de doña Ana Jacinto, del siglo XVI, que ocupan el espacio al suroeste de la plaza.

En su origen, la plaza de La Corredera fue concebida como espacio para celebrar los grandes actos públicos de la época: corridas de toros, juegos de cañas, victorias militares, actos religiosos, autos de fe e incluso fue lugar de ejecuciones. La remodelación actual, realizada en el 2001, le ha devuelto su función primitiva de espacio lúdico y de encuentro, en cuyas terrazas se puede disfrutar del sol y la belleza del entorno. En su estilo, esta plaza es única en Andalucía y puede formar trilogía con la plaza mayor de Madrid y de Salamanca. La plaza de La Corredera fue testigo durante siglos de los efectos de uno de los capítulos más negros de la historia de España: la Santa Inquisición.

Este lugar fue escenario de los autos de fe que organizaba el Santo Oficio para expiar los pecados de los herejes: judíos –incluidas familias conversas–, moriscos –musulmanes conversos–, brujas, protestantes e incluso masones y simpatizantes de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa, ya en el siglo XVIII. Los autos de fe eran ceremonias que duraban un día entero, desde la mañana hasta la noche. Se trataba de espectáculos públicos que comenzaban con una pomposa procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas, seguidas de los condenados, vestidos con sambenitos y capirotes. Se leían las condenas y los condenados a la pena de muerte eran entregados al brazo civil, donde el verdugo los quemaba en la hoguera a la vista de todo el pueblo. El Tribunal del Santo Oficio se creó en 1478 durante el reinado de los Reyes Católicos y no fue abolido en España hasta 1812.

Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición

Creado por los Reyes Católicos en 1478 y dependiente directamente de la Corona, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición veló por la ortodoxia católica en sus reinos y funcionó en España hasta su abolición definitiva en 1834, durante el reinado de Isabel II.

La Inquisición, como tribunal eclesiástico, sólo tenía competencia sobre cristianos bautizados. Durante la mayor parte de su historia, sin embargo, al no existir en España ni en sus territorios dependientes libertad de cultos, su jurisdicción se extendió a la práctica totalidad de los súbditos del rey de España.

La Inquisición fue creada por medio de la bula papal Ad abolendam, emitida en 1184 por el papa Lucio III tras el sínodo de Verona como un instrumento para combatir la herejía albigense en el sur de Francia. Además de en Francia y España, existieron tribunales de la Inquisición pontificia en varios reinos cristianos europeos durante la Edad Media.En la Corona de Aragón operó un tribunal de la Inquisición pontificia establecido por dictamen de los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX en 1232 durante la época de la herejía albigense; su principal representante fue Raimundo de Peñafort. Con el tiempo, su importancia se fue diluyendo, y a mediados del siglo XV era una institución casi olvidada, aunque legalmente vigente.

No hay unanimidad acerca de los motivos por los que los Reyes Católicos decidieron introducir en España la maquinaria inquisitorial. Los investigadores han planteado varias posibles razones:

  • Establecer la unidad religiosa. Puesto que el objetivo de los Reyes Católicos era la creación de una maquinaria estatal eficiente, una de sus prioridades era lograr la unidad religiosa. Además, la Inquisición permitía a la monarquía intervenir activamente en asuntos religiosos, sin la intermediación del Papa.

  • Debilitar a la oposición política local a los Reyes Católicos. Ciertamente, muchos de los que en la Corona de Aragón se resistieron a la implantación de la Inquisición lo hicieron invocando los fueros propios.

  • Acabar con la poderosa minoría judeoconversa. En el reino de Aragón fueron procesados miembros de familias influyentes, como Santa Fe, Santángel, Caballería y Sánchez. Esto se contradice, sin embargo, con el hecho de que el propio Fernando continuase contando en su administración con numerosos conversos.

Plazuela de Tiberiades

La plazuela de Tiberidades con la escultura de Maimónides

La íntima plazuela de Tiberiades, donde se sitúa la escultura de bronce de Maimónides, obra de Amadeo Ruiz Olmos, es una plaza pequeña para un hombre grande, el más grande de cuantos dio la aljama cordobesa, tanto que entre los hebreos quedó para siempre aquello de De Moisés a Moisés no hubo otro como Moisés, en alusión al primero de los nombres de Moisés ben Maimón, más conocido como Maimónides, o también por su iniciales hebreas, que forman el nombre de Rambam.

Inaugurada la escultura en 1985, para conmemorar el 850 aniversario del nacimiento del sabio sefardita, la plaza recibió el nombre de Tiberiades, la población palestina de Galilea donde se encuentra el cenotafio en el que se le rinde tributo universal a Maimónides. Vestido a la arábiga, melancólicamente sentado con un libro entre las manos, el maestro universal parece recordar, en el corazón mismo de la judería que lo vio nacer, una vida plena de andanzas y visiones.

Moshé ben Maimón, Maimónides

Moshé ben Maimón, más conocido como Maimónides, o también por su iniciales hebreas, que forman el nombre de Rambam, nació en Córdoba el 30 de marzo de 1135. Maimónides era hijo del rabino Maión ben Yosef, con quien se inició en el estudio de la Torá; después aprendería matemáticas, astronomía, física y filosofía. Huido de Córdoba a causa de la presión de los almohades, llegó en 1171 a El Cairo, donde se instaló como médico de la corte de Saladino, y enseguida alcanzó el cargo de ra'is al-Yahud o jefe de la comunidad hebrea. En la capital egipcia escribiría sus Régimen de salud, Comentarios a los aforismos de Hipócrates, Comentarios a la Misná y Carta al Yemen, así como sus dos obras más famosas: el tratado legal Mishneh Torá (Segunda Ley) y la Moré Nebujim (Guía de perplejos), escrita en árabe y traducida después al hebreo. Murió en El Cairo en el 13 de diciembre de 1204.

Puerta de Almodóvar o Bab-al-Yahud

La puerta de Almodóvar

La Puerta de Almodóvar, conocida como puerta del Nogal (Bad-al-Chawz), es de origen árabe. Esta puerta, muy reformada en la época cristiana, sufrió otra importante reforma en el siglo XVI, siendo restaurada posteriormente en 1802 y, más recientemente, en la década de los 60. Se trata del único ejemplo superviviente de la destrucción sistemática de murallas y puertas que se inició a finales del siglo XVIII. Este desastre tuvo su origen en la expansión demográfica que experimentó la ciudad tras el estancamiento que había sufrido durante tres siglos.

Se conserva todo el lienzo amurallado situado al sur de la puerta, que se prolonga hasta el Campo Santo de los Mártires a lo largo de la calle Cairuán. Esta muralla, reformada profundamente en el siglo XIV, fue objeto de una importante restauración en los años sesenta del siglo XX de mano de José Rebollo, que añadió el foso y el paseo inferior que la circunda a la vez que se abría en su extremo sur la puerta conocida como Puerta de la Luna.

Puerta de la Luna

La puerta de la Luna y la avenida del Doctor Fleming

La muralla cordobesa se inicia con la casa del Obispo Salizanes, un palacio del XVII construido sobre anteriores casas judías, y que continúa con el monumento a Averroes, con la puerta de la Luna y con una alargada fuente que recupera el trazado del antiguo foso, y que recuerda también la corriente de agua, que debía separar el mundo de los vivos y el de los muertos (es decir, a la judería del cementerio judío).

En origen, la calle de la Luna, a la que da acceso la puerta de la Luna, era un azucaque que quedó accesible extramuros en los años sesenta del siglo XX al abrirse la Puerta de la Luna en el lienzo más occidental de la muralla.

Pasado el arco se accede a una plaza en la que destaca la fuente adosada a la pared frontal, proyectada en 1964 por el arquitecto José Rebollo dedicada al dios Pan, simbolizado por un niño tocando la flauta, esculpido por Rafael García Rueda que utilizó la cara de su propio hijo como modelo. Encima tiene una cartela barroca de piedra. Delante hay una columna coronada con imagen de la Virgen de la Luna hecha en hierro. Al adentrarse en el callejón se tiene a la derecha la parte trasera de la Casa de las Pavas y a la izquierda la fachada de la Casa de Villaceballos con muros de ladrillo. En uno de los recodos sorprende el escudo de Córdoba y de tanto en tanto los arquillos de ladrillo con tejado que parecen sujetar las estrechas paredes.

Sinagoga

Interior de la sinagoga

Situada en el número 20 de la calle Judíos, la sinagoga es, sin duda, el edificio más importante de la judería cordobesa. Fechado en el año 5075 del calendario hebreo, es decir, en el 1315 de la era cristiana, el templo se construyó bajo el reinado de Alfonso VI, como agradecimiento de éste hacia los judíos por su colaboración en la victoria de la batalla del Salado frente a los musulmanes. La obra la terminó Isaac Moheb, como reza la inscripción fundacional.

Un pequeño patio antecede la entrada al vestíbulo, desde el que se abre el acceso a la sala de oración y a las escaleras que conducen a la tribuna de las mujeres, en el piso superior. En la primera, un amplio zócalo de piedra precede a la preciosista decoración de atauriques de las cuatro paredes; en el muro oriental destaca el espacio central, presidido por una menorá que ocupa el lugar donde se colocaba el rabino que dirigía la ceremonia, y a su derecha se conserva, en ladrillo, el armario para guardar el Arón Akodesh o arca sagrada, en cuyo interior se custodiaban los rollos de la Torá; en el muro sur, la tribuna se abre a través de tres magníficas ventanas.

Tras la expulsión de los judíos, el conjunto de la sinagoga, que incluía el anejo centro de estudios talmúdicos, pasó a ser hospital para hidrófobos, transformándose la sala de oración en capilla de Santa Quiteria.En 1588 el inmueble pasó a manos de la hermandad de los zapateros, gremio en el que se incluían buena parte de los cristianos nuevos de origen judío, y en el siglo XIX la techumbre fue sustituida por una bóveda de cañón y las yeserías recubiertas con estuco.En 1884 el capellán Mariano Párraga, junto con el académico Rafael Romero Barros (padre del pintor Julio Romero de Torres), descubrió las yeserías originales, y en 1885, tras ser declarada Monumento Nacional, comenzó un cuidadoso proceso de recuperación que ha permitido devolverle una buena parte de su esplendor original.

La sinagoga

La sinagoga (lugar de reunión, en griego) es el templo judío. Está orientada hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, y en ella tienen lugar las ceremonias religiosas, la oración comunal, el estudio y el encuentro.

En las ceremonias se lee la Torá. El oficio está dirigido por los rabinos ayudados por el cohen o niño cantor. La sinagoga no es sólo casa de oración, sino también centro de instrucción, ya que en ellas suelen funcionar las escuelas talmúdicas.

Los hombres y las mujeres de época medieval, y también hoy en día, se sientan en zonas separadas.

En el interior de la sinagoga se encuentra:

  1. El Hejal, armario situado en el muro este, orientado hacia Jerusalén, en su interior se guarda el SeferTorá, los rollos de la Torá, la ley sagrada judía.
  2. El Ner Tamid, la llama perpetua siempre encendida ante el Hejal.
  3. La menorá, candelabro de siete brazos, signo habitual en el culto.
  4. La Bimá, lugar desde donde se lee la Torá.

Torre de la Calahorra

La Torre de la Calahorra

Junto al extremo sur del Puente Romano, se halla la torre de La Calahorra, fortaleza de origen islámico, que constaba de dos torres unidas por un arco que permitía el acceso a la ciudad. El edificio se conserva actualmente (con ligerísimas modificaciones) tal como fue alzado y realizado en 1369, por orden del rey Enrique II, sobre la fortificación de los musulmanes. Este monarca llevó a cabo la reforma del edificio para reforzar la defensa de la ciudad, decidida partidaria suya en su larga contienda con su hermano, el rey Pedro I el Cruel, cuyos ejércitos (y los de sus aliados musulmanes) fueron vencidos por los cordobeses en la batalla del Campo de la Verdad, inmediato a la fortaleza.

Declarada monumento histórico-artístico en 1931, restaurada y acondicionada en 1954, la torre de la Calahorra fue cedida al Instituto para el Diálogo de las Culturas, que instaló en ella un museo audiovisual con técnicas modernas de audio-guía. El Museo de las Tres Culturas consta de 14 salas y presenta una panorámica cultural del apogeo medieval de Córdoba entre los siglos IX al XIII, basado en la mutua fecundación de las culturas musulmana, cristiana y judía. Una de las salas del museo está dedicada a Maimónides. Cuenta, además, con una reproducción del Astrolabio de Azarquiel y una representación de los ritos que se oficiaban en la Sinagoga.

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