La visita a la judería de Córdoba permite seguir un recorrido lleno de encanto y magia que, fuera de los
circuitos convencionales, va descubriendo a su paso rincones que guardan intacta la
memoria medieval de la ciudad de las tres culturas. La calle Judíos, donde se suceden
la sinagoga, la casa de Sefarad, el zoco y la plaza Tiberiades, constituye el núcleo esencial de una visita que reconstruye
a la perfección la historia de la comunidad en la que nació un personaje de proyección
universal como Maimónides, o en la que brillaron algunos de los judíos más ilustres
de su tiempo, como el jiennense Hasday ibn Shaprut o los tudelanos Yehuda ha-Leví
o Abraham ibn Ezrá.
La presencia de los judíos en Córdoba es casi tan antigua como la propia ciudad. Llegados
a Andalucía, según los viejos cronicones, en tiempos del Rey Salomón, lo más probable
parece que las primeras familias hebreas que se instalaron en Córdoba lo hicieran
con los romanos. En contraste con la tolerancia de éstos, la sucesión de medidas restrictivas de los visigodos sobre todo a partir de la conversión
al cristianismo de Recaredo, en el 589, propició que los judíos apoyaran abiertamente
la conquista musulmana de 711, produciéndose a partir de ese momento la llamada Edad
de Oro del Judaísmo Español, donde las academias rabínicas de Córdoba tuvieron tanto
renombre como poder los ministros judíos de los califas.
Tras la toma de Córdoba por Mugit, lugarteniente de Tariq, los musulmanes llevan a
cabo una especie de pacto con los habitantes de la ciudad según el cual se acordaba
respetar la vida de los ciudadanos, salvo la de los cuatrocientos caballeros que resistían
en la Iglesia de Santa Victoria, extramuros de la ciudad y que resistieron hasta morir.
Muestra de ello es la compra de parte de la basílica de San Vicente y el traslado
de la primitiva musalla hasta estaa, lo que constituyó el germen de la actual mezquita. En 716, la Qurtuba islámica se constituye como centro administrativo de Al-Ándalus, gobernada por un Emir dependiente de Damasco y el centro de poder
se instala en el palacio visigodo, cercano a donde hoy está el Alcázar de los Reyes
Cristianos.
La llegada del omeya Abd al-Rahman I, el Inmigrado, el Desheredado, unió a los bandos descontentos con la política imperante
y a los seguidores del futuro emir. En el año 756 se produce la toma de Córdoba y la proclamación de la misma como capital del emirato independiente de Al-Ándalus. Abd al-Rahman I realizó la primera gran ampliación de la Mezquita Aljama de Córdoba y reconstruyó las murallas y el Alcázar. Fue Hisham I, hijo del primer
emir, quien terminó las obras que comenzara su padre en la gran mezquita y levantó
el primitivo alminar, hoy en día desaparecido. Con la llegada al poder de Abd al-Rahman II se produce la segunda gran ampliación del templo y la ciudad vive unos momentos de
gran auge constructivo.
Pero el mayor auge de la Qurtuba musulmana vino de la mano de Abd al-Rahman III, quien en el año 929 se hace con el título de califa y proclama a Córdoba como la
capital del califato independiente de Damasco, sede religiosa, política y administrativa de todo el reino
islámico occidental. Entre sus obras más notables, están la ampliación de la Mezquita y la fundación y
construcción de Medina Azahara. Con su hijo Al-Hakam II, segundo califa desde 951,
Córdoba alcanzará su mayor esplendor.
En la Córdoba califal de Abderramán III, de Al-Hakam II —cuya biblioteca llegó a contener
400.000 volúmenes— y de sus sucesores, el espíritu cultural importado de Oriente fue
recreado, transformado, acrecentado y traducido en el seno de florecientes círculos
culturales integrados por musulmanes, judíos y cristianos, de modo que Córdoba pasaría
a ser la heredera científica y cultural de Bagdad. Las grandes obras científicas,
poéticas y filosóficas griegas, conservadas en la Biblioteca de Alejandría, fueron
salvadas del olvido gracias a los científicos y filólogos musulmanes, cuyo florecimiento
más acusado se dio en Bagdad a partir de la segunda mitad del siglo VIII. Los eruditos
y traductores árabes lograron aglutinar las antiguas culturas griega, persa e india
con las de los nuevos pueblos incorporados al gran imperio árabe. Todo este acervo
cultural fue transmitido a la España musulmana y, de ella, a los reinos cristianos
medievales.
Con Al-Hakam II, impulsor de la universidad cordobesa y del saber, los judíos alcanzaron
la cota más alta en el ámbito del saber y la educación. En las escuelas cordobesas,
creadas por los califas, judíos y musulmanes recibían instrucción sobre filosofía,
gramática, botánica, matemáticas y música. Los judíos gozaban de privilegios similares
a los disfrutados por los musulmanes, luchaban en los mismos ejércitos y ostentaban
cargos gubernamentales. En este época, Hasday ibn Shaprut recibió el cargo de nasí o príncipe de los judíos, gracias a sus conocimientos lingüísticos y científicos,
así como por su habilidad diplomática. Como ministro de finanzas del califato y diestro diplomático, Ibn Shaprut se convirtió
en mecenas y protector de la actividad intelectual de sabios como Dunash ben Labrat,
talmudista venido del norte de África, y de su rival, Menahem ibn Sharuk. Al gran
ministro judío se debió la llegada a la ciudad de la orgullosa doña Toda, reina de
Navarra con su rico cortejo, pidiendo al califa protección y ayuda. Hasday, que se
había rodeado de un equipo de sabios, poetas y gramáticos, fundó en Córdoba una escuela
independiente del gaonato, estableció el estudio del Talmud en la península que se alzó con el liderazgo intelectual del judaísmo a escala mundial
y se convirtió en la sede del saber judío.
Tras la muerte de Hasday ibn Shaprut en 970, la Córdoba judía se convulsionó por la
polémica respecto de quién había de suceder en el rabinato al sabio Moshé ben Hanok,
cuyo hijo ocupaba entonces el cargo. La judería estuvo dividida internamente. El poderoso fabricante de seda Jacob ibn Gau se inclinaba
por Yosef ibn Abitur, mucho más preparado que el mismo Hanok, protegido de Hasday.
Abitur no sólo era sabio en temas judíos, sino también gran arabista y poeta. Como
la disputa se alargaba, el asunto fue sometido al criterio del califa, que se decantó
por Hanok, dado que la mayoría de la judería estaba con él. A pesar de ello, cuando
Jacob ibn Gau fue nombrado nasí y juez supremo de los judíos de Al-Ándalus y fue elegido por los judíos cordobeses
como presidente de su comunidad, relevó a Hanok de su puesto y llamó a ibn Abitur
para que lo ocupara. Jacob ibn Gau acabó cayendo en desgracia y Hanok recuperó su
cargo, que ostentó hasta su muerte en 1014.
Con el hijo y sucesor de Al-Hakam II, Hisam II la ciudad entraría en declive de nuevo
de la mano de Almanzor, su visir y a quien el califa había confiado el gobierno de Qurtuba. Un año antes de la muerte del gran rabino Hanok, en 1013, la guerra civil se cebó con Córdoba tras la muerte de Hisam II. El rey bereber Suleimán se alió con el conde Sancho de Castilla para atacar la ciudad mientras Wadhih envió
a sus ricos amigos judíos que se trasladaran a Barcelona para conseguir ayuda y una
alianza con el conde Ramon Borrell III. Cuando Suleimán entró en Córdoba, saqueó la judería y quemó casas y negocios. Las familias judías más poderosas de Córdoba fueron reducidas
a la miseria y muchos optaron por el exilio. El hijo de Hasday ibn Shaprut, Yosef, y el gramático Jonah ibn Jana se establecieron
en Zaragoza, Samuel ibn Nagdelah en Málaga. En Córdoba sólo quedó un pequeño número
de judíos que fueron perseguidos por los almohades, cuyo líder, Abd-al Mum’in forzaba
en 1148 a los judíos a abrazar el Islam o morir. Ante la disyuntiva, muchos optaron
por fingir su conversión, pero muchos otros abandonaron la ciudad. La sinagoga, construída por Isaac ibn Shaprut, padre de Hasday, fue pasto del pillaje.
La conquista almorávide, la intolerancia religiosa y el saqueo al que sometieron a
la población provocó una nueva huida de lo sabios que, acostumbrados a la libertad
de pensamiento y creación, se sentían mediatizados por su fanatismo. En el año 1085,
Toledo es conquistada por Alfonso VI. Este hecho será de suma importancia en la historia
de Córdoba. Ante el peligro de que la victoria cristiana se extienda por Al-Ándalus,
la zona se militariza y cae en manos de los almorávides en el año 1091. Los primeros años de dominio almohade continuaron con la inestabilidad que se dio
durante el período almorávide, por lo que Al-Ándalus continuó fortaleciéndose militarmente. Sin embargo, en 1162, el califa ‘Abd al-Mu’min vuelve a convertir Qurtuba en capital del territorio. Por su situación geográfica, la ciudad es un punto ideal
para la defensa del sur de Al-Ándalus, pero también para la entrada y conquista cristiana
hacia el interior. Por este motivo, se construyen varias fortalezas cercanas al alcázar
andalusí. Una de ellas estaba en las inmediaciones de la Torre de la Calahorra; otra
fue conocida como Castillo Viejo de la Judería. Desde un punto de vista religioso, los almohades fueron mucho más radicales que
los almorávides, pusieron tanto a cristianos como a judíos de nuevo en la disyuntiva
de la conversión al Islam o la muerte. En esta época Maimónides, el filósofo judío
más influyente de su tiempo, cuya Guía de perplejos dejó huella en el pensamiento y la vida judía como ningún otro, abandonó la ciudad.
En junio de 1236, las tropas cristianas de Fernando III el Santo conquistan la ciudad,
encontrándose un lugar sumido en la decadencia tras el mandato almohade. Tras la conquista,
los musulmanes salieron libres, llevando consigo sus propiedades y sirvientes pero perdiendo sus bienes inmuebles
(casas y tierras) que serían donados y repartidos entre conquistadores y pobladores.
El 30 de junio, Fernando III, rodeado de la nobleza y de todo el pueblo, hizo su entrada solemne a la ciudad. Después de una misa, se dirigió al Palacio Califal, edificado por los musulmanes,
para comenzar a tratar con la nobleza todo lo necesario para el repoblamiento de la
ciudad.
Tras la conquista, los judíos se verían favorecidos por una política de tolerancia, volviendo a recuperar parte del esplendor perdido durante la dominación almorávide
y almohade. El rey concedió los mismos derechos a cristianos, judíos y musulmanes
en el fuero y asignó a los judíos el recinto de la vieja judería, otorgándoles licencia para la construcción de una sinagoga adicional, a pesar de la oposición del cabildo. La sinagoga se construiría en 1315
y todavía existe en la calle Judíos, 20.
Alfonso X el Sabio trató de mejorar la suerte de los judíos, otorgándoles privilegios y derechos de
diverso orden: se ampliaron sus barriadas y se cerraron con un muro que los aislaba
del resto de la población. Esta medida no tenía tanto un objetivo segregacionista
como de seguridad de los judíos y es una muestra del clima antijudío que comenzó a
desarrollarse en las juderías andaluzas.
En 1349, la peste negra hará sus estragos en la ciudad, algo que se repetiría quince
años más tarde. Esto conllevó unos altísimos índices de mortalidad, situación que
se agravará por la escasez de comida y de dinero. La relativa paz imperante a lo largo
del siglo XIII tras la conquista cristiana se verá truncada en el XIV, especialmente
por la mala situación que se vivía en el Reino de Castilla, donde el rey Pedro I el
Cruel y su hermanastro Enrique II de Trastámara lucharon en una Guerra Civil (1351-1369)
por hacerse con el trono. Entre 1366 y 1369, tiene lugar en Córdoba una lucha entre
los partidarios de uno y otro bando, del que sale vencedor Enrique II.
Pero sin duda, uno de los hechos más dramáticos ocurridos en Córdoba tendrá lugar
en 1391, año en que se produce un asalto en la Judería. El Arcediano de Écija, Ferrand Martínez, y sus prédicas provocó que la turba enardecida
echara abajo las puertas de la sinagoga. La tensión y las revueltas habían comenzado años antes en Sevilla, expandiéndose
de ahí a ciudades como Córdoba y Toledo. Uno de los motivos por los que comenzaron
los asaltos a las juderías fue la culpa atribuida a los judíos de la peste que asolaba
Europa, acusándoles de envenenar las aguas de la ciudad. Tras las matanzas de 1391, los pocos judíos que consiguieron salir con vida, tuvieron
que convertirse al cristianismo, mientras veían cómo su sinagoga pasaba a tener una función hospitalaria católica y cómo los asaltantes se apoderaban
de sus casas y demás pertenencias. Así, en 1399, se hace necesario repoblar este barrio,
creándose una nueva colación, la de San Bartolomé, que estará presidida por la Capilla Mudéjar del mismo nombre. Muchos otros judíos convertidos se mudaron al barrio de San Nicolás de la Axerquía.
En 1406 volvieron los asaltos a la judería y las persecuciones a las casas y tiendas propiedad de judíos. Como consecuencia de estos hechos, Enrique III el Doliente impuso una multa de 40.000
doblones a la ciudad de Córdoba, de los que sólo una tercera parte fue satisfecha
ya que la muerte sorprendió al rey. Tras esta nueva matanza, muchos judíos se establecieron
en Granada.
En 1473 una nueva revuelta se ceba con los conversos. Liderados por Alonso Rodríguez,
un herrero, la turba comenzó a prender fuego a las casas de los conversos con la excusa
de vengar una ofensa: de las ventanas de la casa de un converso se había arrojado aguas fecales contra la imagen de la Virgen llevada en procesión
por la calle de la Herrería. El gobernador Alfonso de Aguilar, junto con su hermano
Gonzalo Fernández de Córdoba y otros caballeros, pidió al herrero que depusiera su
actitud, pero en vano. La turba, indignada con la actitud del gobernador, atacó casas
de conversos en las calles de la Ropería, Santa María de Gracia, Curtiduría, Alcaicería,
Platería y no tardó en correr la sangre. El gobernador tuvo que refugiarse en el alcázar
con los judíos y conversos, a riesgo de perder la vida. La revuelta de la calle San
Fernando contra los sospechosos de judaizar hizo que más tarde, en 1482, recayera
sobre ellos la acusación directa y la actuación del Tribunal de la Inquisición.
Hacia 1478, el corregidor cordobés Francisco Valdés obligó al traslado de la comunidad
judía a la antigua judería en el Alcázar Viejo, pero sintiéndose menoscabados en sus derechos, los judíos pidieron
al monarca volver a su emplazamiento anterior, lo que finalmente consiguieron tras
volver a levantar el muro y las puertas de acceso que los aislaban de la población
cristiana.
En la última década del siglo XV, la concentración de tropas de los Reyes Católicos en Córdoba para dar el golpe definitivo al reino de Granada, se verá como un rayo
de esperanza para la recuperación de la localidad. Aquí es recibido Cristóbal Colón para exponer su proyecto de viaje a las Indias. Pero una vez tomado el último reducto
musulmán, Isabel y Fernando dictan la expulsión de los judíos de todo el territorio cristiano desde la Alambra de Granada. Este decreto supondrá
el golpe definitivo para la mermada economía cordobesa y acabará con la convivencia
de las tres culturas durante siete siglos. Córdoba tardará prácticamente tres siglos
en recuperarse económica y demográficamente tras el exilio judío.