El puente de la Fuente Chiquita con Hervás al fondo
La calle de Abajo desemboca en el puente que salva el Ambroz. En el machón del puente de la Fuente Chiquita, formado por una lápida funeraria de 1395, pasar la mano por el rebaje pulido de
la piedra es participar de la intrahistoria de miles de hortelanos que afilaron aquí
sus hoces o sus cuchillos a lo largo de los siglos. También es ocasión para recordar
el canto del poeta y folclorista Emilio González de Hervás que dice:
¡Encanto de viejos siglos
con sabores sefarditas!
¡Cofradía aceiturnera!
¡Sinagoga rabilera!
¡Graciosa Fuente Chiquita!
Y como piedra preciosa,
engarzada airosamente,
ese monolito rosa
llamado Machón del Puente.
Casi rozando las ramas del sauce, que llora sobre el río quizás recordando la desgracia
legendaria de la Maruxa, la judía errante, el itinerario cruza al otro lado del cauce para llegar, a la derecha,
hasta un espacio desde el que se ofrece una magnífica panorámica de la judería, con el conjunto de sus casas distribuidas porla ribera. Y en lo alto, vigilándolo
todo, la torre de Santa María.
Desde esta orilla del Ambroz es fácil imaginar la vida cotidiana de los judíos hervasenses
cerca del río. Aunque algunas fuentes cifran la llegada del contingente de origen
hebreo a la población en el siglo XIII, la primera documentación oficial data de 1464,
vinculando a los judíos con la familia Zúñiga, es decir, con el ducado de Béjar, al
que perteneció Hervás desde 1369 hasta la concesión del privilegio de villazgo, en
1816.
Hay que pensar que en el siglo XV Hervás tenía algo más de doscientos vecinos, entre
ellos cuarenta y cinco familias judías que, bajo el amparo del Duque, se habían refugiado
aquí huyendo de las persecuciones de 1391. Los documentos nos hablan de familias como
los Cohen, los Çalama, los Haben Haxiz o los Molho, y de su relevancia dentro de la
comunidad quedó durante muchos años el dicho de en Hervás, judíos los más.
Tras el edicto de 1492, veinticinco familias salieron de Hervás hacia Portugal, quedándose
el resto sujetos a la conversión forzosa al cristianismo; algunos de ellos regresaron,
como lo hizo el rabí Samuel dos años después, para ingresar en la cofradía de San
Gervasio, que permitió al colectivo judío seguir manteniendo su cohesión durante algún
tiempo. Los casos de criptojudaísmo detectados en los años posteriores al decreto de expulsión y la persecución incesante
de la Inquisición propiciaron que el fenómeno de los conversos tuviera en Hervás una
relevancia que todavía se recuerda en el presente con la celebración anual de las
jornadas dedicadas a los Conversos.