Al abrigo de los castillos de Zalatambor y Belmecher, sepultada por un olvido de siglos
como un tesoro arqueológico aún por descubrir, la judería de Estella estuvo fuertemente implicada en el gran período de esplendor comercial
y cultural que vivió la ciudad desde su fundación, en el siglo XI, hasta finales del
siglo XIII. Además de recorrer la histórica y populosa Rúa de las Tiendas, en pleno
Camino de Santiago, el paseo, monte arriba, por los lugares históricos donde estuvo
emplazada la vieja judería de Elgacena ofrece hoy la oportunidad de descubrir la ciudad
desde sus mismas raíces como plaza fuerte de frontera, en un entorno lleno de belleza
definido por las curvas del río Ega y por las alturas de Montejurra, Peñaguda, Santa
Bárbara, Belástegui y la Cruz de los Castillos.
La que llegó a ser la tercera aljama más relevante de Navarra, después de Pamplona y Tudela, destacó por su esplendor
comercial y dio al reino hombres ilustres y personas que gozaron de la confianza de
los monarcas, lo que no le impidió vivir también episodios dolorosos que enturbiaron
la convivencia pacífica entre cristianos y judíos. En Estella, hito estratégico entre
la montaña y la ribera de Navarra, el recuerdo de sus pobladores judíos permanece
como un complemento magnífico de la impronta de sus iglesias y sus palacios medievales.
Instalada sobre el antiguo poblado vascón de Lizarrara, y tras la conquista en 907-908
de la fortaleza musulmana de Monjardín por Sancho Garcés I, lo que pudo facilitar
la creación de núcleos de población cristiana en la zona, la ciudad de Estella fue fundada por el rey navarro Sancho Ramírez en el año 1090 con el objeto
de proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y establecer en este lugar una
frontera segura frente a la amenaza de los musulmanes. Habitada en un principio únicamente
por francos con exclusión de nobles, clérigos y navarros campesinos, Estella se articuló
a lo largo del estrecho corredor que deja el río Ega entre sus aguas y la montaña. La calle de San Nicolás en el camino de Logroño a su paso por la población constituye
junto con la Rúa el eje principal de la Estella medieval, que enseguida se convirtió
en una población estratégica para los intereses del reino de Navarra.
Desde el último tercio del siglo XI, queda atestiguada la presencia de pobladores
judíos en la zona de Estella bajo la protección real. Muy temprano, a finales del siglo XI, es probable que la población judía se agrupara en el barrio
de Elgacena, situado entre el naciente burgo de San Martín y la fortaleza o castillo
de Zalatambor. Esta incipiente comunidad, germen de la futura judería, estuvo rodeada por las torres del conjunto de castillos y por el lienzo de la muralla.
Durante unas décadas, los judíos viven en el barrio de Elgacena, primera y más antigua
judería del reino de Navarra, cuya gestación y ulterior crecimiento coincide con la época
de la unión dinástica con Aragón (1076-1134). En los últimos años de esta dinastía,
ya bajo el reinado de Alfonso I el Batallador, el desarrollo alcanzado por la comunidad
judía hizo aconsejable su desplazamiento hacia el este, monte arriba, hasta quedar
encuadrada entre la calle Elgacena, a espaldas de la iglesia del Santo Sepulcro, y
la empinada ladera que vira hacia el Sur.
La participación de la minoría judía en la configuración de los burgos de francos
fue decisiva. A mediados de 1188, por ejemplo, en un pleito de los habitantes de Lizarra,
con los de Bearin, figura como testigo, junto al preboste, alcaide de la villa y diez
hombres buenos, el rabino Elías, miembro destacado de la comunidad hebrea.Al poco de iniciarse la segunda mitad del siglo XIII, el número de moradores que integran
la judería podría rondar los 150, lo que equivale a un diez por ciento del vecindario de Estella.Los miembros de la comunidad judía de Estella aumentaron con el tiempo hasta alcanzar
su plenitud hacia 1290, con valores próximos a los 180 hogares. Aunque no se han conservado referencias documentales, es fácil imaginar que para
semejante población podría existir más de una sinagoga, pero ningún vestigio de ello se nos ha conservado. En su fase expansiva, la judería rozó los límites tapiados del convento de Santo Domingo, erigido por Teobaldo II
en 1258 y situado en la cuesta de la Roca de los Castillos. Poco después, el 29 de
marzo de 1265, este mismo rey hizo donación, a dos hermanos frailes de la orden de
Grandmont, de una viña junto al castillo y de algunas dependencias de la iglesia de
Santa María de la judería, para que allí tuviesen su casa u oratorio.
Ese poder de la realeza siempre estuvo atento a otorgar su protección a estos singulares
vasallos. Protección que también ejercieron los monarcas de la Casa de Champaña, al
acceder al trono navarro en 1234, a la muerte, sin descendencia legítima, de Sancho
VII el Fuerte, último representante del linaje de la dinastía Jimena. Pese a su procedencia
–condes palatinos de Champaña y de Brie– y su proximidad a la corte de París, los
nuevos «reyes-condes» mantuvieron una política prudente y de decidida contención de
la creciente hostilidad cristiana contra sus judíos. En la medida que les fue posible
contribuyeron al desarrollo de esta floreciente comunidad. A mediados de 1237, al poco de ceñir la corona, Teobaldo I hizo entrega al maestre
Abraham Alfaquín de las casas y el trujal que fueron de Juce, hijo de Ezquerra por
un censo anual de 50 sueldos sanchetes o de cualquier otra moneda que circulase en
el reino.
Estas propiedades, situadas en el recinto de la judería, lindaban con las de Jussua Euenvilla, hermano de Salomón, y de la de Samuel Calabaza;
cesiones (gravadas con un censo anual, de bienes raíces «judevencos» y ubicados en
solares de la propia judería) obedecen a transmisiones de herencia, cuando el transmisor
(ya fallecido) no cuenta con herederos legítimos en sus primeros grados y, en consecuencia,
es el soberano el beneficiario. Esta es la causa, como se verá más adelante, de la
percepción de censos por parte de fisco regio con los que se gravan algunas casas
de la judería. En cualquier caso, estos ilustres nombres representan a familias avecindadas
en la judería estellesa desde los primeros tiempos de la colonización, casi siglo
y medio antes.
A comienzos del segundo tercio del siglo XIII, la organización interna de la comunidad
ya funcionaba. Esa es la impresión que se tiene al analizar el libro de la tesorería
del año 1266, el primero completo que se nos ha trasmitido. En ese año, la aljama estellesa contribuyó con mas de 1.600 libras, cifra nada desdeñable y que muestra
una comunidad plenamente organizada, activa y próspera, capaz de conceder al rey préstamos
y aportaciones extraordinarias. Este clima de entendimiento y colaboración fue refrendado en la crisis sucesoria
que sigue a la muerte de Enrique I de Navarra. Su hija y heredera, la reina Juana
–una niña de corta edad, nacida el 14 de enero de 1273 en Bar-sur Seine– estaba bajo
la tutela del rey de Francia, Felipe III el Atrevido. Ante esta situación el alcalde
y jurados de la aljama de los judíos de Estella, en nombre de toda la comunidad, prestaron juramento sobre
la Torá y la ley de Moisés al representante de la reina, que ya para entonces (mayo de 1276)
se había prometido en matrimonio con el heredero de la corona de Francia, el futuro
Felipe IV el Hermoso. Después del asalto a la Navarrería de Pamplona, entre los años
1277 y 1289, el rey de Francia remitió al gobernador una serie de mandamientos referidos
a la salvaguarda de las personas e intereses de las comunidades judías de Estella
y su merindad.
Entre el siglo XIII y el XIV, familias como los Leví, Ezquerra y los Calahorra, entre
otros, hicieron del mercado de Estella un activo centro de contratación de créditos.
En el último cuarto del siglo XIII, sin embargo, disposiciones reales como la prórroga
por ocho años de los intereses contraídos con los judíos por parte de los cristianos
o la penalización de la usura, que en algunos casos llegaba a triplicar los intereses
de los deudores, indican una ruptura del sistema mantenido hasta entonces. De hecho, la gran presión ejercida sobre la aljama de Estella por parte de los cristianos y de sus autoridades obligan a los judíos
a reclamar la protección real de Pamplona a principios del siglo XIV, un siglo en
el que la monarquía navarra se mostraría incapaz de defender los derechos de los judíos,
a pesar de ser éstos considerados como una propiedad del rey.
Con la muerte de Carlos I El Calvo, en 1328, se produce en Navarra un vacío de poder
que las masas populares aprovechan para asaltar la judería de Estella y destruir los documentos de créditos que comprometían el pago a numerosos cristianos.
Contrariamente a los sucedido en otras partes, los judíos, auxiliados por hebreos
foráneos que se encontraban en ese momento en la ciudad, se deciden a plantar cara a sus asaltantes, lo que provoca que éstos lanzaran a rebato las campanas de la ciudad
para reclamar la ayuda de los campesinos de los alrededores. En su libro Zedah-laderek, el erudito e historiador Menahem ben-Zéraj¸hijo del rabino Abraham y superiviviente de la masacre, cuenta cómo degollaron a su padre, a su madre
y a sus cuatro hermanos.
Tras el asalto de 1328, la judería ya no sería la misma. Muchas casas de la judería fueron saqueadas y resultaron muertos
algunos de sus pobladores. En 1329 la reina Juana II establece una multa de 10.000 libras a la ciudad para castigar
aquellos sucesos, decretando la pena de muerte para los principales cabecillas y el
encarcelamiento de otros responsables, como el fraile Pedro de Ollogoyen, considerado
culpable de enardecer a las masas con sus sermones antijudíos. A pesar de la buena
voluntad real, estas medidas se quedaron en su mayor parte sin ejecutar.
Con todo, la eficaz acción de gobierno de los primeros Evreux restañó las heridas
y la recuperación fue rápida. Los censos de las casas ya se cobraban en 1333 y la
pecha de mil cien libras de antes del asalto fue rebajada a 300 y poco después, en
1336, se elevó a 500. Estas y otras actualizaciones fueron objeto de negociación con
el tesorero y puestos en práctica por el baile y su lugarteniente, e incluso la aljama, ante la nueva situación, elaboró unas nuevas ordenanzas (taqqanot), lo cual supuso grandes costos para la «Señoría». Treinta años después del asalto, en torno a 1360, la población judía de Estella volvía
a recuperar el nivel demográfico de antaño. Los nuevos habitantes de la judería serían judíos de Ultrapuertos (Francia, Inglaterra), porque los habitantes de Estella que habían huido a las juderías
más occidentales del reino, pese a los requerimientos de la corona, no regresaron
jamás.
A lo largo del siglo XIV, con Carlos II el Malo y Carlos III el Noble, los judíos siguieron estrechamente vinculados a la corona, a través de familias
como los Leví o los Orabuena. León Orabuena, médico y rabino mayor de Estella, ejerció como médico de Carlos III, un rey tan célebre por sus viajes como por la ampulosidad de su corte,
en la que brillaban los médicos y los astrólogos judíos.La existencia de judíos ilustres, como Sento Saprut, Abraham ben Isaac, David ben Samuel (autor del Kiryat Sefer) o Judá ben Yosef ibn Bulat, o la residencia en Estella del gran escritor tudelano Abraham ibn Ezrá, dan la pauta de que la judería de Estella, que en 1366 registraba 85 familias, fue una estrella que se extinguió
lentamente a lo largo de todo el siglo, coincidiendo con el inicio de una decadencia
general de la ciudad, que no tendría recuperación hasta el siglo XVIII.
La expulsión de los judíos españoles a partir del Decreto de los Reyes Católicos de
31 de marzo de 1492 no tuvo repercusión en Navarra. De hecho, fue aquí donde se refugiaron
muchos de los judíos castellanos expulsados como consecuencia de dicho decreto, de
acuerdo a la política desarrollada por los reyes navarros, Juan II de Albret y Catalina
de Foix. Sin embargo, ante las constantes presiones ejercidas por los monarcas castellanos
los monarcas navarros se vieron obligados a expulsar a los judíos navarros el año
1498. La mayor parte de los judíos navarros prefirió convertirse a la fe cristiana
y permanecer en su casa al frente de sus negocios aunque algunos marcharon al exilio.